sábado, 27 de diciembre de 2008

Una luz lejana



Los tres aventureros corrieron y corrieron, siguiendo la estela plateada, que se adentraba en los senderos, cruzaba descampados y descendía de las montañas.

Kindlist, Crarglac y Angoise estaban en la pradera florida, cuando divisaron a lo lejos una luz vacilante.
—¡Mirad! —exclamó Angoise—. Esa debe ser la casa de Claudio Honrado XVIII, ¡vamos! ¡Un último esfuerzo!

Angoise, que estaba fatigado, siguió corriendo más allá de sus fuerzas, llevado por el entusiasmo. La luz vacilante se convirtió en el crepitar de un fuego a través de un vano. Las formas de una casa se hicieron visibles: una cabaña de piedra con una chimenea y una puerta de madera destartalada. Se encontraba enclavada en la llanura, rodeada de soledades, circundada por las montañas. Allí fueron acercándose los aventureros, y Angoise, al acercarse fue relajando el paso. La estela se adentraba hasta la cabaña. Pero los viajeros repararon en un detalle: una retahila de improperios y gritos provenía del interior y parecía que dos hombres de edad avanzada discutían acaloradamente. Así que, cuidadosamente, Angoise llamó a la puerta dando tres toques, las voces se acallaron; las estrellas y la brisa se congregaron en silencio espectante.

1 comentario:

Celebrar la vida dijo...

Tienes la habilidad de hacer que me meta en ese mundo mágico. Y tú sabes cómo me gusta la magia.
Un abrazo.
Feliz año todos los días.