martes, 30 de junio de 2009

Unos aventureros regresan a una cueva que les resulta familiar



Era una apacible tarde de domingo en el cantón del Tesino, en Suiza. Al pie de una montaña de los alpes suizos, había una cueva. Pero no era una cueva común, fría, seca y oscura. Era la cueva del célebre alquimista Heterodoxo Copérnico II, hombre de ciencia y aventura, dotado de sabiduria y abundante vejez. Nuestro querido personaje había partido hacía unos meses buscando unos componentes, necesarios para fabricar unas tenazas que permitirían lavar a su pestilente homúnculo. Finalmente, tras ciertas aventuras y desventuras, regresaba, acompañado de una rana escamada, un hombre asustadizo y su pequeño homúnculo.

Podeis imaginaros un regreso triunfal, lleno de gloria y destellos de sol rasgando las nubes celestes. Mas no. Bueno, había rayos de sol bañando el apacible clima suizo, pero el ánimo de nuestros protagonistas no era el imaginable. Y el motivo cómo era de esperar, es que no es fácil soportar a un homúnculo que no se ha lavado durante meses; cualquier adjetivo no es suficiente para describir el horrendo hedor que despedía Kindlist. Sólo me remitiré a decir que olía a homúnculo. Así pues, Angoise, Crarglac y Heterodoxo se encontraba con el olfato arrugado y la mente embotada.

Sin embargo consiguieron llegar a la caverna. Una vez allí, Heterodoxo lanzó a Kindlist al rincón más alejado de la morada, pero aún allí seguía oliendo. Acto seguido, el viejo alquimista, tan rapidamente como un viejo alquimista puede actuar, se puso a elaborar las tenazas. No es tarea de homúnculo narrar cómo se hacen unas tenazas de carne, ni cómo se lava un homúnculo. Al final, Heterodoxo lo consiguió, y cuando Kindlist dejó de heder se puso a bailotear y cantar de alegría. Angoise y Crarglac se sonrieron mutuamente. Por un momento, el homúnculo sonrió, o pareció sonreir, y todos se sintieron llenos de dicha.
-¡Bravo! ¡Bravísimo! -exclamaron Crarglac y Angoise al unísono.

Heterodoxo empezó a atusarse sus luengas barbas.
-¿Sabes, Kindlist? Opino que esta historia ha de ser escrita con todo detalle. Estoy seguro de que con esto nos haremos ricos y famosos, y cuando reunamos lo suficiente podremos irnos de esta triste y lúgubre cueva. ¡El mundo allá fuera es tan tierno, maravilloso y lleno de color! Después de tantos años estoy cansado de mirar viejos manuscritos, a la tenue luz de una vela gastada. Sin duda seguiremos haciendo viajes y cuando nos cansemos podríamos irnos a vivir a Svalbard, por si algún día las bulliciosas masas nos atosigan. ¡Venga, vamos, escribe!

Crarglac y Angoise se miraron.
-Esperamos no molestaros, noble Heterodoxo -dijo Angoise-, mas yo he de encontrar el misterioso loto suizo.
-¡Ah! ¡Sin duda! Sí, aquí tengo un legajo escrito por Alberto Magno que habla muy extensamente de los lotos suizos, quizás os ayude.
-Muchas gracias. Si no os importa me marcharé ya, tengo prisa.
-¡Un momento! Me voy contigo, si a Heterodoxo no le importa prescindir de mi -acusó la rana.
-Por supuesto, querida Crarglac, has cumplido y de sobra.

Y el hombre asustadizo y la rana se marcharon de la cueva de Heterodoxo, en busca del legendario loto suizo, la flor con pétalos rojos y blancos. Sin embargo, eso es otra historia y en otro momento será contada. Pero para saciar la curiosidad de los románticos, he oido por ahí que llegaron a amarse, casarse y ser felices.

viernes, 22 de mayo de 2009

Centrales y peces mutados



Dos días después de abandonar el bar de carretera, Heterodoxo y sus compañeros divisaron a lo lejos las terribles chimeneas de una central nuclear.
—¡Por las barbas de Diógenes! Mirad aquellos funestos y lejanos presagios. En verdad que me erizan el vello los prodigios megalománicos de la ciencia moderna. Mas no repararé en más quejas, hemos de seguir.

Angoise y Crarglac asintieron a una vez. Durante todo el viaje iban hablando e intimando en sus vidas. Angoise incluso se tomaba la molestia de consolar a Crarglac, que desde que había visto alterada su piel se sentía triste y deprimida; el asustadizo y pálido hombre la arropaba en las noches más frías. A cambio, Crarglac iba frecuentemente a buscarle comida. Era una bella relación la que se iba cultivando entre el hombre y la rana. Heterodoxo por su parte, conversaba muy ocasionalmente con Angoise y con Crarglac, y evitaba sacar a Kindlist de su bolsillo, pues ya olía peor que los demonios del averno profundo.

Descendieron las montañas que llevaban hasta la central, y por el camino encontraron un gran lago contaminado. A las orillas había peces muertos y peces agonizantes. Con no poca sorpresa, al viejo y fatigado alquimista le pareció ver algo entre ellos. Se acercó presuroso y fue de repente cuando, más cerca, pudo discenir con más claridad. Aquello que había visto era un pez con dedos. Heterodoxo Copérnico II, el último entre los Copérnico, descendientes del buen Nicolás, lo cogió con sus arrugadas y callosas manos y gritó.
—¡Kindlist! ¡Un pez con dedos! ¡Ya podemos volver a casa!

miércoles, 20 de mayo de 2009

Aparece un bar de carretera



Los viajeros se prepararon para seguir con la aventura. Caminaron así durante media semana, pero a Heterodoxo se le veía con una extraña pesadumbre pendiendo como una espada sobre su cabeza. Angoise tomó cuenta de ello y se lo comentó mientras caminaban.
—¿Qué os ocurre, sabio de prolongado saber?
—Si he de seros sinceros, no conozco el camino que he de seguir.

En hablando, llegaron a un bar de carretera suizo.
—Estupendo, quizá aquí nos den algunas pistas —comentó el viejo alquimista.

Los aventureros entraron en el bar. Era un bar bonito, pintado con colores rojos y blancos, y estaba llevada por un hombre gordo y barbudo. En las paredes del lugar había muchas reliquias y objetos exóticos, y Heterodoxo se preguntó si no habría allí algunos de los componentes que estaba buscando. Angoise se dirigió a Heterodoxo.
—No sería mala idea hacer un alto aquí, parece un lugar agradable donde descansar bien.

Heterodoxo se mostró de acuerdo y preguntó al posadero acerca de alojamiento.
—Enseguida os atenderé muy gustosamente. Si ustedes lo desean pueden alquilar una habitación con dos camas y un acuario para la rana. No les saldrá caro.

Después de establecer el precio, el dueño del bar apuntó sus nombres, y Heterodoxo no pudo evitar fijarse en la extraña densidad de la tinta. El dueño tomó cuenta de ello.
—¡Esta tinta es de una calidad excelente! ¿Le interesa? Extraida de auténtico caracol, tienen tinta en vez de sangre, ¿lo sabía?

Heterodoxo no cabía en si de asombro, y pronto empezó a pegar saltos, todo lo que puede un viejo alquimista pegar saltos.
—¡Aleluya! Mas no tengo dinero, siento decepcionaros, no puedo comprarlo, mas puedo conseguir con mis componentes dotar de brillo los colores de vuestro bar.

El dueño se mostró complacido y Heterodoxo se puso a trabajar. Al poco había dotado de brillo los colores del bar.
—¡Fantástico! Ahora atraeré a más clientes. Muchas gracias, señor alquimista, toma un bote con tinta de caracol.

Heterodoxo se sentía harto contento. Ahora sólo le faltaban los dedos de pez para completar su aventura. Pasaron una noche allí, y al día siguiente partieron. El dueño del bar, que conocía de cosas exóticas y extrañas, les indicó que si querían parar en un lugar cercano, lo mejor era visitar la central nuclear que había en los alrededores.

miércoles, 1 de abril de 2009

Heterodoxo se despide de Claudio



Poco después, para ellos todo se desvaneció en una confusa masa cromática. Cuando volvieron a parpadear, estaban en el sótano de Claudio Honrado XVIII. Los viajeros le explicaron todo lo sucedido. Cuando Claudio supo lo de la Retorta de la Resecación Absoluta, pegó brincos, loco de contento.
—Sin duda ya conseguireis uno de vuestros ansiados componentes.

Pero la rana se veía un poco triste. Todos la miraron, pero antes de pronunciarse pregunta alguna, habló.
—Me comprometí a esto. Estoy dispuesta a perder mi piel de rana por una de pez.

Así pues, Claudio comenzó todos los preparativos, metió a la rana en la Retorta y comenzó a hervir. Se oía a la rana croar de dolor, y Heterodoxo se vio grandemente compungido.

"Tales son las miserias que se han de pasar por unas tenazas y la higiene de un homúnculo", se dijo.

Rato después, la rana salió con la piel azul, como siempre, pero un poco más oscura y toda llena de escamas. Las ranas son animales inexpresivos, sin embargo, Crarglac tenía el semblante triste. Angoise la observaba con expresa ternura.

Claudio se dirigió hacia el viajero alquimista.
—Y bien, amigo, creo que es hora de que marcheis, vuestro homúnculo apesta.
—Sin duda ha sido grato veros de nuevo, Claudio Honrado, espero que nuestro proximo reencuentro sea más prolongado y más intelectualmente fertil.
—Para vuestra partida, querido amigo, he de deciros esto:
>>No desfallezcais de nuevo, el desánimo os hace mal a vos y a vuestros cercanos. Mantened vuestras promesas, sed audaz y valiente. El corazón de un alquimista viejo y audaz puede valer tanto como el corazón de un guerrero audaz; y las hazañas igual de famosas. No temáis de nada, ni de nadie.
>>Y lo más importante, querido amigo, no olvideis que el camino os enseña más que la propia meta. Reflexiona, disfruta de él, ama a tus amigos y cuida de ellos.

Dicho esto, y claramente emocionados, los alquimistas se dieron un fuerte abrazo con lágrimas en los ojos, y el resto de compañeros se despidieron, conmovidos por las palabras de Claudio.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La arrogancia de los equinos



—Somos y hemos sido un pueblo que ha habitado este mundo desde tiempos inmemoriales. Desde la creación del mundo hemos cabalgado por las praderas con nuestras cortas patas. Sin embargo nunca hemos logrado la prosperidad, de la que gozamos ahora.
>>En días antiguos, nosotros, los ponis bizcos, estabamos sometidos a una raza benévola similares a vosotros; ellos nos daban de comer y nos cuidaban, y nosotros a cambio les dejabamos calgar. Nos herraban las pezuñas para que no se nos lastimaran y nos dieron anteojos para que vieramos bien; sin embargo nosotros crecimos en inteligencia, adquirimos el don del habla y la comunicación.
>>Así que enseguida empezamos a hacer como ellos. Nos reuniamos en asamblea, celebrabamos fiestas y saltábamos sobre las hogueras. Sin embargo el habla dio mejor fluidez a las ideas, y a algunos de los nuestros se nos ocurrió independizarnos de la raza benévola, empezando a fabricar las herraduras nosotros mismos, por y para nosotros, y que nadie nos montara.
>>Así pues, rezamos a los dioses e imploramos que nos ayudaran. Cometimos nuestra empresa con gran celo, y empezamos a fabricar las herraduras. Nuestro benévolo pueblo no nos maltrató por ello y comprendió nuestra decisión. Sin embargo, sus comercios cerraron, ya que no fabricaban más herraduras, y todo su mundo se vino abajo, ya que parte de él se sustentaba en nosotros.
>>Las antaño grandes ciudades se convirtieron en polvorientas ruinas. La benévola raza se extinguió, acosada por sus enemigos. Los dioses montaron en cólera, y como castigo en nuestro orgullo, nos maldijeron con los caracoles del caos. Ahora... si bien podíamos herrarnos a nosotros mismos, esos engendros del Inframundo nos acosaban con sus punzantes caparazones.
>>Y esa es nuestra historia, la historia en la que menguamos y caemos en desgracia. Antes pisabamos todas las tierras de este mundo, ahora estamos refugiados en este pequeño establo, reflejo de lo que una vez fue.
>>Dejadnos que en agradecimiento por haber acabado con parte de ellos os otorguemos un presente.

Todos los multinautas se miraron entre sí y asintieron.
—En recompensa de vuestra valentía, os ofrecemos la Retorta de la Resecación Absoluta.

Los ponis se adelantaron en comitiva y otorgaron a Heterodoxo un crisol tosco de plomo, pero a fin de cuentas útil. El viejo alquimista lo tomó y la tasó con ojo experto, y resolvió que quizá podría serle de grandisima utilidad. De repente los ponis salieron corriendo, y desaparecieron de su vista. Los viajeros, perplejos, se volvieron a mirar entre sí, y se fueron de Poblado Poni.

jueves, 19 de febrero de 2009

Los caracoles del caos



Heterodoxo meditó durante un largo rato mientras el poni les indicaba las señales, hasta que llegó a la conclusión de que Claudio seguramente los había enviado allí buscando algún componente que faltara para la conversión de Crarglac a rana escamada. De paso también se aseguraba de que su máquina interdimensional funcionaba. Así pues, una vez hubo dado por supuesto este suceso, se lo comunicó al poni, quien puso uno de sus púpilas mirando rectas hacia el frente a modo de aprobación.

En el transcurso de estas cavilaciones y pensamientos profundos acerca de su linaje, los viajeros llegaron al Poblado Poni. Allí esperaban muchos ponis pardos, los cuales no se dedicaban a otra cosa que pastar y beber en abrevaderos, e ignorar a los huespedes. Poblado Poni sólo tenía un gran salón cómun, al cual ellos llamaban el Gran Establo.
—Curioso lugar —musitó Angoise con miedo. Heterodoxo se limitó a asentir con la cabeza mientras observaba con perplejidad y asombro.

De repente uno de los ponis relincharon y fueron en tropel angustiado hacia el Gran Establo. Todos excepto el poni bizco, quien tenía la mirada perdida.
—Han venido.
—¿Quiénes? —preguntó Heterodoxo.
—Son ellos... los caracoles del caos —acto seguido fue a galope tendido hacia el Gran Establo, dejando a los aventureros abandonados a su suerte.

Crarglac, Heterodoxo y Angoise se preguntaban qué ocurría. Entonces vieron brotar de los verdes pastos unos caracoles de extraño colorido: tenían unas conchas con formas de pirámides, y abajo se arrastraba el baboso animal. Temblando de miedo, Angoise intentó pisar a uno de ellos, pero se encontró con la punzante resistencia de sus hogares piramidales.
—Esto sólo ha de tener una solución. ¡Adelante, Crarglac, cébate con ellos! —exclamó Heterodoxo.

La rana dio un brinco y comenzó a estirar su lengua como un resorte. Los caracoles fueron abatidos, y en poco rato ya no quedaba rastro de ninguno de ellos; la rana tenía la panza repleta de comida. Los ponis salieron entonces del Gran Establo, y Heterodoxo preguntó.
—¿Qué es lo que aquí ha sucedido, que con la aparición de tan minúsculas babosas, habéis huido como un niño de un gigante?

Como respuesta, uno de los ponis, de pelo ralo y grisaceo, se adelantó cuatro pasos, y habló.

El plano del poni bizco



El difumino se desvaneció, y de repente los tres viajeros multiversales se encontraron en un prado de color fucsia, bajo un cielo anaranjado y sin astros. Frente a ellos, a unos pocos metros, había un poni bastante peludo y pardo, con un ojo mirando al frente y el otro hacia el suelo
—¡Vida de Alquimista! ¡Un poni bizco!

El pobre poni, asombrado por la misteriosa aparición de los aventureros, relinchó, agachó la cabeza y empezó a orinar.
—¿Y qué es eso? —apuntó Angoise—. Su orín es azul.
—Sin duda es un caso harto extraño. Acerquémonos.

Pero el poni relinchó de nuevo antes de que se acercaran, y habló.
—Deteneos, numerosos y terribles enemigos. No alcanza mi vista a distinguiros, y es deshonroso que muchos entablen combate con uno sólo.
—No os preocupeis, sólo somos cuatro, y sin ánimo de combate u hostil enfrentamiento; ¿por qué adoleceis de estrabismo?
—Lo desconozco, no tengo tal alcance de memoria; sin embargo mis compañeros poni dicen que un día una piedra me alcanzó en un ojo, y que desde entonces veo torcido.
>>¡Ay! Desde entonces soy muy desgraciado, ahora me he extraviado de los senderos que llevan a Poblado Poni.
—Una noticia sin duda desafortunada. Nosotros podríamos guiaros, si supieramos el camino —yo conozco las señales
—Yo sé las señales, mas por culpa de mi estrabismo no sé verlas. Si me decís qué buscais, os lo diré.
—Venimos buscando... ¿qué venimos buscando?

Heterodoxo no recordaba el motivo que los había llevado a los territorios interdimensionales, si bien Claudio no se lo había dicho, así que se encogió de hombros.
—Por ahora vamos sin dirección, en cuanto lo sepa, os lo diré.
—De acuerdo, me conformo con eso, por ahora.
>>Dejadme que os indique las señales.

lunes, 9 de febrero de 2009

Viaje al multiverso



La compañía regresó a la cabaña de Claudio Honrado XVIII. Allí Heterodoxo le dio la tuerca, y su colega alquimista lo celebró con gran regocijo. Enseguida se puso manos a la obra y fue hacia el sótano, acompañado de los huespedes.

En el sótano había un armatoste tapado con sábanas blancas, que una vez fue destapado por la arrugada mano de Claudio, descubrió una especie de aparato con varios palos diagonales al suelo y un mecanismo rotatorio, todo ello construido con aleaciones exóticas.
—¡Esta es mi máquina interdimensional! Y ahora concluiré su construcción.

Claudio entonces cogió la tuerca argentea y la atornilló en la máquina.
—¡Bien! Ahora sólo falta comprobar que funcione.
—Sin duda —comentó Heterodoxo—, debe ser emocionante inaugurar tal invento. Me ofrezco voluntario.
—Y yo —dijeron la rana y Angoise al unísono.
—¡Perfecto! ¡Maravilloso! No ha habido mayor gozo desde el nacimiento de Aristóteles. No tardaré nada en preparar el dispositivo.

Dicho esto, Claudio rebuscó entre las estanterías empolvadas, de donde extrajo un frasco de fluido verdoso; luego abrió una cápsula de la máquina interdimensional y lo vertió ahí. La máquina exhaló un gruñido vaporoso. El rubeo alquimista les indicó que se sentaran en los sillines que se hallaban a los extremos de los palos y los huespedes obedecieron.

Luego, Claudio accionó una palanca metálica de brillo fluctuante como el Mercurio, y los palos de la máquina empezaron a dar unos giros tan vertiginosos que pronto Heterodoxo, Kindlist, Angoise y Crarglac perdieron la noción del espacio y de la forma y color de todas las cosas, y el honorable anfitrión dejó de discernir lo que había dentro del círculo formado por la veloz rotación.

martes, 27 de enero de 2009

Un duende aparece (y desaparece)



Heterodoxo caminaba, acompañado de Angoise, Kindlist (en su bolsillo) y Crarglac, por la ladera de la devastada montaña. La ladera, antaño poblada de árboles, ahora se encontraba pelada, calcinada y desprovista de vida. La tarea que los ocupaba era el encuentro de la tuerca argentea. Pero es difícil encontrar una tuerca de plata en medio de un montón de cenizas. El viejo alquimista se detuvo al lado del esqueleto de un árbol y se mesó con aire preocupado las espesas barbas. Se sentó y apoyó en el tronco, mientras Angoise seguía explorando por la desolación con Crarglac al hombro.

Fue entonces cuando sintió una risilla entre las ramas superiores del árbol y un limón cayó sobre su dura cabeza de alquimista.
—¡Un voto por los caidos! —exclamó una voz chillona desde las ramas.

Heterodoxo alzó la cabeza y se encontró con un duende pequeño y menudo, de rasgos maliciosos y vestimenta gris. Tenía la piel arrugada y cetrina y se dirigió así a Heterodoxo, sin protocolo ni presentación alguna.
—¡Tomad la tuerca argentea, sé que la buscais! Y no os olvideis de llevar un monóculo de gran precisión en vuestros viajes hacia los otros planos —dicho esto el duende lanzó la tuerca argentea a Heterodoxo, quien la tomó con gesto sorprendido.

Acto seguido, el viejo alquimista llamó a gritos a sus compañeros, todo lo que puede llamar a gritos un alquimista. Sin embargo, cuando la compañía se detuvo a los pies del árbol, ya no había ningun duende travieso.
—¡Gnomos y salamandras! ¡Por mi aplomo que en el reciente tiempo pretérito aquí había un duende y me dio la tuerca! —exclamó malhumoradamente.

Heterodoxo se sentó al pie del árbol de nuevo, puesto que con la preocupación se había vuelto a levantar. La situación era extraña, puesto que Angoise y Crarglac no deseaban otra cosa que encontrar la tuerca, y ahora que la había encontrado, dársela a Claudio lo antes posible. Pero Angoise era demasiado cobarde y tímido como para hablar, así que Crarglac intercedió.
—No reprocheis los extraños sucesos a nadie, querido amigo. A veces las cosas deseadas llegan facilmente y sin mucha complicación, sin que para ello puedas encontrar causa alguna. No busqueis motivos intrincados, teneis la tuerca.
>>Volvamos a la cabaña, y celebremos que hoy el camino está exento de dificultades.

miércoles, 14 de enero de 2009

La tuerca argentea



Heterodoxo abrió los párpados lentamente y poco a poco divisó que estaba en una estancia acogedora y luminosa. Era de día en la cabaña de Claudio Honrado XVIII, y el alquimista reposaba en una mullida cama. Descubrió que tenía puesto un pijama con dibujos de gnomos y salamandras, y tras deslizarse fuera de su cama, se puso su túnica habitual, que estaba en un perchero.

Salió de la habitación y fue al salón, donde esperaba Claudio Honrado XVIII, Angoise y Crarglac desayunando tostadas con mermelada de sabor a sangre de la salamandra, conocida por un toque ligeramente ácido, parecido a la naranja pero más intenso. Kindlist estaba en uno de sus bolsillos y Zacarías no aparecía por ninguna parte.
—¡Espíritus! Ya era hora, habeis dormido durante una semana entera. Tomad, tengo preparadas unas pocas tostadas.

Heterodoxo tomó asiento y comenzó a comer, sentía un hambre devoradora. Y unas ganas inmensas de continuar con sus viajes y aventuras, y de explorar tierras incógnitas de su Suiza natal.
—¿Qué ha sido de Zacarías? —preguntó.
—Marchó a los dos días de tu desmayo, tenía unos asuntos que resolver acerca de sus nuevos descubrimientos. Os pide disculpas.

Todos desayunaron apaciblemente y los dos alquimistas quedaron en charlar sobre todo lo sucedido después del almuerzo. Y así hicieron cuando lo hubieran hecho, hasta que cayó el ocaso. El resto de huespedes se habían dedicado a jugar al parchís mientras ellos debatían, y en algunas ocasiones incluso habían ido a explorar los bosques cercanos. Una vez puesto al corriente de todo, Claudio concluyó.
—Sin duda os debisteis topar con el Bosque del Desánimo. Sólo ello puede explicar la perdida de vuestro peculiar temple. Y a propósito de esto, os ayudaré con la rana escamada, sin embargo hay un asunto que requiere mi atención y que sin duda os ayudará de mejor forma si es resuelta convenientemente.
—¿De qué se trata?
—Bien, estoy investigando en la invención de una máquina interdimensional. Todo va bien: una fabulosa pieza giratoria con dos asientos que a determinadas revoluciones y con ciertas sustancias abre puertas hacia otras realidades.
>>Todo parecía concluido cuando realicé el último pedido a una empresa de transportes: una tuerca de plata; una tuerca totalmente normal y corriente, con el único requisito que fuera argentea. Y ellos aceptaron el envío: ya se oía el ruido del motor a través de las montañas, y yo me frotaba las manos con ansiedad a la vera de mi brasero, cuando oí un gran estrépito y una explosión en las laderas.
>>Me asomé a la ventana y vi llamear algo a través del bosque. Esto sucedió hace unas semanas, y no me he atrevido a visitar ese lugar. Y por lo absorbido que estaba en mis investigaciones y el hospedaje de Zacarías, no se me ocurrió volver a llamar por teléfono. Si fuerais allí me haríais un gran favor, y os podría ayudar mejor.
>>¿Qué me decís?

Heterodoxo recupera el aplomo



Zacarías y Claudio se pusieron manos a la obra. Tal empresa era tan exótica que quizá solo la realizarían una vez en las vidas, y aunque fuera noche avanzada y pensarán más en discutir sobre teorías desfasadas, el reto de recuperar el aplomo para Heterodoxo inflamó sus humores. Luego podrían presumir de sus hazañas, además de la recompensa de ayudar a un antiguo compañero de estudios.

Mientras tanto Heterodoxo se recostó en un sillón cómodo, muerto de sueño. En su cansancio había soltado el frasco con el fluido luminoso, el remedio de vago intratable que había tomado para reunir las ganas suficientes de salir de la cueva e iniciar un nuevo viaje. Se había provisto de un buen surtido de remedios y durante el día y la noche había caminado y caminado, haciendo caso omiso de sus necesidades más básicas. Hasta encontrar rastro de noticias y rumores: la destrucción de Ciudad Papelera, un mago que había encontrado una garrapata de familiar y demás noticias en los parajes suizos. Había sido fácil seguir el camino, y más fácil aún cuando había encontrado la estela plateada. Con el ánimo imperturbable había proseguido hasta llamar a la puerta. Sin embargo, no había vuelto a tomar el remedio del vago intratable y ahora quería dormir, y mucho.

Los alquimistas laboraban y laboraban. Kindlist permaneció acurrucado en el bolsillo de la túnica. Angoise y Crarglac por su parte, se fueron a una cama a dormir; tales asuntos ya no eran de su incumbencia, y ya ajustaría Crarglac cuentas con él.

Heterodoxo cerró placidamente los ojos y se entregó al dulce sueño. Pero no le dio tiempo a nada cuando notó un tirazón en sus pestañas.
—¡Ah!
—Heterodoxo, bebe de este elixir —y con la vista borrosa vio a un Claudio que le tendía el frasco, en cuyo interior había un liquido de color del plomo, que fluctuaba lentamente. Heterodoxo lo tomó y bebió, y sintio dentro de si una oleada de ánimo, esperanza, ganas de seguir con sus empresas, y de investigar. Volvió a sentir el ímpetu alquímico que siempre lo había guiado. Y después, un profundo arrepentimiento de todas las irresponsabilidades que había cometido en todo ese tiempo.

Sin embargo no siguió el curso de sus pensamientos, puesto que el sueño se volvió a cernir sobre él, y los tres hermanos, Morfeo, Fantaso e Iquelo, tomaron el dominio sobre su conciencia.

El retorno del alquimista sin aplomo



El rubeo alquimista se deslizó hasta la puerta y lentamente y con curiosidad abrió la desvencijada puerta. Ante él se abría la noche y la amplia llanura, pero antes de eso: la silueta de otro alquimista, una figura recortada contra el paisaje, un viejo encorvado por el peso del tiempo. Llevaba una gran túnica, estaba tembloroso por el frío, y observaba con mirada cansada y sosegada a Claudio.
—¿Dónde está mi aplomo, y mi homúnculo? ¡Lógica de Llull!
—¿Heterodoxo?
—¡Claudio!
—¡En buena hora llegais! ¿Qué os sucede? Pareceis cansado, como de no haber dormido durante varios días, y aterido por el frio. Pasad hacia dentro, hay varios asuntos esperandoos aquí dentro.

Vio entonces que en la mano de Heterodoxo había un frasco de cristal con posos de un líquido viscoso y luminoso.
—Necesito reposo, largo y sin descanso ha sido el camino.
—Pasad, insisto, y sentaos, hay sitio de sobra para un amigo alquimista más.

Así pues, el viejo alquimista, protagonista de esta aventuras pasó esforzadamente, tan esforzadamente como puede esforzarse un viejo alquimista, apoyado en su cayado, y franqueó el umbral de la estancia donde descansaban los huespedes alrededor del brasero. Zacarías dio un respingo.
—¡Heterodoxo! Menuda noche.

La respuesta de Kindlist no se hizo esperar, mas no lo hizo celebrándolo con saltos y fiestas. Eso habría sido más propio de un perro, sin embargo los homúnculos no celebran, y Kindlist se limitó a correr hacia Heterodoxo y guarecerse en los bolsillos de su túnica. Crarglac frunció el ceño y miró claramente enfadada al alquimista. Angoise se acarició la barbilla con curiosidad.
—¡Semejante audiencia no había encontrado antes en una noche cerrada! ¿Qué trae a todos por aquí?
—Quizá no sea un despropósito como parece, sino una grata coincidencia —afirmó Zacarías—. Estos tres huespedes se hallan aquí en busca de vuestro aplomo que, como podeis ver flota ahí a la vista de todos, pesado y estable. El motivo de mi visita es uno de mis últimos descubrimientos, aunque ya que nos honrais con vuestra presencia, podriamos debatir aquello sobre la glándula transbiliar...
—¿...de los gnomos? ¡No, gracias! Ya ha quedado claro que vuestro apoyo a las tesis de Macario son un verdadero desproposito y que los postulados originales de Paracelso al respecto son más iluminadores. Me ahorraré debatir sobre ello, he venido aquí en busca de mi aplomo; espero que sepas disculpar mi declinación, mas estoy fatigado.
—De acuerdo, habrá tiempo de sobra para discutir sobre ello.
—Y bien —interrumpió Claudio—, veníais en busca de vuestro aplomo, ¿no? Aquí lo teneis, opino que si aplicamos un descenso de temperatura a esta habitación vuestro aplomo podrá fluir hacia un recipiente adecuado y vos podreis beberoslo para recuperarlo.
—Bien, trae jugos de pingüino y cuecelos, enseguida se notará el efecto ártico de sus componentes y la habitación se enfriará, y coloca un mortero bajo mi aplomo; luego podemos colocarlo en el alambigue y realizar los alquimicos procesos necesarios para adecuarlo de nuevo en mi cuerpo.
>>Empecemos —propuso Claudio.

jueves, 8 de enero de 2009

Crarglac se pronuncia



"Yo vivía felizmente en el Estanque de las Ranas, cuando llegó Heterodoxo con su homúnculo. Dijo que necesitaba lavarlo pero que no encontraba los componentes para sus tenazas, así que parte de su misión pasaba por conseguir una rana escamada. Realizó con éxito su propósito y fui con él. Sin embargo, días más tarde, pasamos por un bosque extraño y en sus lindes se desprendió de él su aplomo, que es esa sustancia plateada que ahí flota. Así pues, regresó, incumpliendo sus promesas de buscarme agua de río para bañarme. La última vez que me bañé fue hace unos días, en la destrucción de Ciudad Papelera, sin embargo de vez en cuando siento mi piel reseca y unas punzadas terribles."
—Sin duda la misión de Heterodoxo está cambiando un buen puñado de cosas en varios cantones a la redonda. ¡Pero hemos de arreglarlo! Dejadme que prepare un compuesto de Cenizas Negras con Leche de Cal, es perfecto para neutralizar por un tiempo el hedor de homúnculo sin lavar —ofreció Claudio.
—¡Cómo! —exclamó Zacarías indignado—. La mezcla de Muriato de Cinc con disolución de Cinabrio y Piedra Azul es mucho más económica y efectiva.
—Cada alquimista con su receta, Zacarías, déjame obrar con mis propios métodos. Y traeré un cubo de agua donde la rana pueda bañarse.
—Está bien, pero opino que si echaras una pizca de Mercurio al agua la rana podrá pasar más tiempo sin resecarse. Ya se sabe que las propiedades del Mercurio son muy positivas para el cutis de una rana.
—¿Ves? En eso si te haré caso, ahora vuelvo.

Claudio Honrado se marchó y Zacarías seguía mesándose la barba.
—Con que esta materia plateada es el aplomo de Heterodoxo. Apuntaré las propiedades del Aplomo de Alquimista —acto seguido sacó de uno de los bolsillos de su túnica, una gran pluma, un pergamino gastado y un tarro de tinta verde fluctuante.
>>Uhm... denso, pesado, brillante y estable.

Al rato, Claudio Honrado volvió. La rana se metió con un croido de satisfacción y Kindlist fue rociado con un bote de spray preparado por el rubicundo alquimista. Al instante el hedor remitió.
—Sin duda esta es una noche memorable. Quizá lo apunte en mi diario y algún día lo publique. ¿Qué os parece si lo llamo: La Crónica de Claudio Honrado XVIII? Es un bonito título, ¿no?
—Creo que no lo compraría nadie, Claudio.
—¡Mejor aún, libro de coleccionista! ¿Qué es eso?

Claudio se vio interrumpido por tres golpes en la puerta de su cabaña, sonoros pero sordos y apagados. Al instante todos los huespedes se volvieron, y se volvió a producir un silencio expectante.

Encuentro de alquimistas



Las voces de discusión se interrumpieron. Los tres aventureros aguardaron, hasta que hubo ruido de pasos y la puerta se abrió con un quejido agudo. Ante ellos apareció, iluminado por la luz de un candil, Claudio Honrado XVIII, hombre de rubio cabello y rubia barba rizada, verrugas en la oreja, arrugas en los mofletes y avanzada edad, como cualquier alquimista que se precie.
—¡Ciencia de Agripa! ¡Un hombre, una rana y... el homúnculo de Heterodoxo! ¡Kindlist!
—¿Qué sucede? —curioseó una voz desde el interior de la cabaña.
—Una visita sin duda extraña, Zacarías, es lo que acontece.

Kindlist comenzó a comunicarse mediante gestos con la rana, y esta tradujo.
—Permitidme que nos presente. Somos Crarglac la rana, Angoise el miedoso y Kindlist, el homúnculo de Heterodoxo. Venimos buscando el aplomo de Heterodoxo.
—¡Crisoles y atanores! ¿Heterodoxo ha perdido su aplomo? Esto seguro que es motivo de una y más historias. ¿Qué extraño humor habrá afectado a mi viejo amigo para haber perdido su célebre aplomo? Pasad, señores, debeis estar cansados. Además, ya tengo visita, y estamos discutiendo acerca de la naturaleza de las materias plateadas.
>>Algo grave se debe cocer cuando Kindlist anda solo sin su amo. ¡Salamandras, que pestazo!

Los tres viajeros avanzaron y el alquimista les indicó que pasaran al salón. Allí había una mesa con un brasero y dos sillitas reclinables, en una de las cuales descansaba un hombre de pequeña estatura y negro cabello, que se mesaba la barba en absorto estado. Miraba hacia una especie de materia plateada que flotaba arremolinada sobre la mesa. En las paredes colgaban diplomas enmarcados donde constaban los títulos y méritos alquímicos de Claudio Honrado XVIII.

Una vez en el salón, Claudio les tendió unos cómodos cojines en torno al brasero, y allí se sentaron.
—¡Bien! Os presento a Zacarías Excéntrico III, antiguo compañero de universidad, tanto mio como de Heterodoxo, en nuestra promoción se han formado ilustres alquimistas como no se han visto en centurias. Zacarías, os presento a Crarglac la rana, Angoise el miedoso y supongo que a Kindlist ya lo conocerás.

Zacarías asintió sin dejar de mesarse la barba.
—Como os decía —prosiguió Claudio—, Zacarías está aquí motivado por sus alquímicas inquietudes. Destilando ácido cresílico en su atanor descubrió cierto componente que en determinada cantidad producía un nuevo e insólito fluido que él denomina humor rosa. Ha venido para comunicarme sus avances cuando apareció esta materia plateada y empezamos a discutir si sería producto de las emanaciones de mi atanor...
—¡Es un espíritu nigrédico! Seguro que es el resultado del error de algún alquimista insensato que no supo alcanzar los estados convenientes —protestó Zacarías.
—Bueno, ya lo discutiremos más adelante, ahora me interesa más bien los motivos que traen aquí tan extraña visita.
>>Y si no os resulta en inconveniente y molestia alguna, contadme, ¿qué aventuras os han traido a buscar el aplomo de Heterodoxo aquí?