sábado, 27 de diciembre de 2008

La misión del hombre asustado



—¿Cómo os llamais? —preguntó Crarglac.
—Angoise —respondió el hombre asustado.
—¿Y qué buscais en estas regiones indómitas?
—Me marché de mi hogar, lejano en el oeste buscando una planta exótica.
—¿De qué planta se trata?
—Del loto suizo.
—¿Qué planta es esa?
—Es una flor exótica cuyos pétalos son blancos y rojos, sin embargo se halla casi extinta y por eso deambulo sin rumbo fijo, pues nadie conoce semejante especie.
—¿Por qué deseais encontrarla?
—Mi hermana contrajo una extraña fiebre hace unos meses, por la cual debió guardar reposo en la cama; su piel se volvió naranja, los ojos se le volvieron iridiscentes y le empezaron a crecer hojas en las piernas. Consulté a los médicos, y los médicos me dijeron que no sabían que podía ser. Ante sus sugerencias de investigarla cientificamente, decidí mudarme.
>>Luego consulté a brujos y adivinos, pero me dijeron que estaba maldita y no me dieron soluciones para su aflicción.
>>Finalmente, un amigo me aconsejó que buscara a un alquimista. Consulté con él y él me dijo que había ingerido una extraña sustancia, el agua arcádica, también llamada élixir ninfático, que tiene la capacidad de convertir a las personas y los animales en seres mágicos del bosque. Sin embargo, no deseaba que mi hermana se convirtiera en una alegre elfa o una ninfa correteando por los bosques y los montes, somos huerfanos y vivimos juntos. El alquimista me dijo que si deseaba remediarlo, había de encontrar el loto suizo antes de medio año; así que, sin más tardanza, la dejé a su cuidado y partí en busca de esa especie. Y vos, ¿conoceis semejante especie, la del loto suizo?
—Yo —dijo la rana—, conozco muchas variedades de plantas, pero desconozco el paradero de cualquier que sea el loto suizo; sin embargo un alquimista suizo os puede ser de más ayuda. Si sois paciente os prometo que lo encontraremos.

El homúnculo estaba callado sobre el lomo de Crarglac, el camino le empezaba a resultar cansino y, a pesar del viaje de rescate del aplomo, y de la irresponsabilidad de Heterodoxo, lo echaba de menos. La luna se había alzado sobre la cúpula celeste y estaba apesadumbrado cuando divisó a lo lejos una estela plateada, se incorporó, hincando sus raquíticas piernas sobre la rana, quien croó de dolor. Kindlist comenzó a pegar saltos, señalando hacia el sendero. Los otros dos viajeros no habían reparado en la estela con su conversación, pero ahora lo vieron. Entonces Angoise habló.

—Dejadme que yo os lleve, vuestros saltos son largos, rana, pero mis piernas corren más rápido.

Y así fue como, encontrado el rastro del aplomo de Heterodoxo, los aventureros siguieron su rastro corriendo como almas que lleva el demonio.

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