viernes, 22 de mayo de 2009

Centrales y peces mutados



Dos días después de abandonar el bar de carretera, Heterodoxo y sus compañeros divisaron a lo lejos las terribles chimeneas de una central nuclear.
—¡Por las barbas de Diógenes! Mirad aquellos funestos y lejanos presagios. En verdad que me erizan el vello los prodigios megalománicos de la ciencia moderna. Mas no repararé en más quejas, hemos de seguir.

Angoise y Crarglac asintieron a una vez. Durante todo el viaje iban hablando e intimando en sus vidas. Angoise incluso se tomaba la molestia de consolar a Crarglac, que desde que había visto alterada su piel se sentía triste y deprimida; el asustadizo y pálido hombre la arropaba en las noches más frías. A cambio, Crarglac iba frecuentemente a buscarle comida. Era una bella relación la que se iba cultivando entre el hombre y la rana. Heterodoxo por su parte, conversaba muy ocasionalmente con Angoise y con Crarglac, y evitaba sacar a Kindlist de su bolsillo, pues ya olía peor que los demonios del averno profundo.

Descendieron las montañas que llevaban hasta la central, y por el camino encontraron un gran lago contaminado. A las orillas había peces muertos y peces agonizantes. Con no poca sorpresa, al viejo y fatigado alquimista le pareció ver algo entre ellos. Se acercó presuroso y fue de repente cuando, más cerca, pudo discenir con más claridad. Aquello que había visto era un pez con dedos. Heterodoxo Copérnico II, el último entre los Copérnico, descendientes del buen Nicolás, lo cogió con sus arrugadas y callosas manos y gritó.
—¡Kindlist! ¡Un pez con dedos! ¡Ya podemos volver a casa!

miércoles, 20 de mayo de 2009

Aparece un bar de carretera



Los viajeros se prepararon para seguir con la aventura. Caminaron así durante media semana, pero a Heterodoxo se le veía con una extraña pesadumbre pendiendo como una espada sobre su cabeza. Angoise tomó cuenta de ello y se lo comentó mientras caminaban.
—¿Qué os ocurre, sabio de prolongado saber?
—Si he de seros sinceros, no conozco el camino que he de seguir.

En hablando, llegaron a un bar de carretera suizo.
—Estupendo, quizá aquí nos den algunas pistas —comentó el viejo alquimista.

Los aventureros entraron en el bar. Era un bar bonito, pintado con colores rojos y blancos, y estaba llevada por un hombre gordo y barbudo. En las paredes del lugar había muchas reliquias y objetos exóticos, y Heterodoxo se preguntó si no habría allí algunos de los componentes que estaba buscando. Angoise se dirigió a Heterodoxo.
—No sería mala idea hacer un alto aquí, parece un lugar agradable donde descansar bien.

Heterodoxo se mostró de acuerdo y preguntó al posadero acerca de alojamiento.
—Enseguida os atenderé muy gustosamente. Si ustedes lo desean pueden alquilar una habitación con dos camas y un acuario para la rana. No les saldrá caro.

Después de establecer el precio, el dueño del bar apuntó sus nombres, y Heterodoxo no pudo evitar fijarse en la extraña densidad de la tinta. El dueño tomó cuenta de ello.
—¡Esta tinta es de una calidad excelente! ¿Le interesa? Extraida de auténtico caracol, tienen tinta en vez de sangre, ¿lo sabía?

Heterodoxo no cabía en si de asombro, y pronto empezó a pegar saltos, todo lo que puede un viejo alquimista pegar saltos.
—¡Aleluya! Mas no tengo dinero, siento decepcionaros, no puedo comprarlo, mas puedo conseguir con mis componentes dotar de brillo los colores de vuestro bar.

El dueño se mostró complacido y Heterodoxo se puso a trabajar. Al poco había dotado de brillo los colores del bar.
—¡Fantástico! Ahora atraeré a más clientes. Muchas gracias, señor alquimista, toma un bote con tinta de caracol.

Heterodoxo se sentía harto contento. Ahora sólo le faltaban los dedos de pez para completar su aventura. Pasaron una noche allí, y al día siguiente partieron. El dueño del bar, que conocía de cosas exóticas y extrañas, les indicó que si querían parar en un lugar cercano, lo mejor era visitar la central nuclear que había en los alrededores.