miércoles, 20 de mayo de 2009

Aparece un bar de carretera



Los viajeros se prepararon para seguir con la aventura. Caminaron así durante media semana, pero a Heterodoxo se le veía con una extraña pesadumbre pendiendo como una espada sobre su cabeza. Angoise tomó cuenta de ello y se lo comentó mientras caminaban.
—¿Qué os ocurre, sabio de prolongado saber?
—Si he de seros sinceros, no conozco el camino que he de seguir.

En hablando, llegaron a un bar de carretera suizo.
—Estupendo, quizá aquí nos den algunas pistas —comentó el viejo alquimista.

Los aventureros entraron en el bar. Era un bar bonito, pintado con colores rojos y blancos, y estaba llevada por un hombre gordo y barbudo. En las paredes del lugar había muchas reliquias y objetos exóticos, y Heterodoxo se preguntó si no habría allí algunos de los componentes que estaba buscando. Angoise se dirigió a Heterodoxo.
—No sería mala idea hacer un alto aquí, parece un lugar agradable donde descansar bien.

Heterodoxo se mostró de acuerdo y preguntó al posadero acerca de alojamiento.
—Enseguida os atenderé muy gustosamente. Si ustedes lo desean pueden alquilar una habitación con dos camas y un acuario para la rana. No les saldrá caro.

Después de establecer el precio, el dueño del bar apuntó sus nombres, y Heterodoxo no pudo evitar fijarse en la extraña densidad de la tinta. El dueño tomó cuenta de ello.
—¡Esta tinta es de una calidad excelente! ¿Le interesa? Extraida de auténtico caracol, tienen tinta en vez de sangre, ¿lo sabía?

Heterodoxo no cabía en si de asombro, y pronto empezó a pegar saltos, todo lo que puede un viejo alquimista pegar saltos.
—¡Aleluya! Mas no tengo dinero, siento decepcionaros, no puedo comprarlo, mas puedo conseguir con mis componentes dotar de brillo los colores de vuestro bar.

El dueño se mostró complacido y Heterodoxo se puso a trabajar. Al poco había dotado de brillo los colores del bar.
—¡Fantástico! Ahora atraeré a más clientes. Muchas gracias, señor alquimista, toma un bote con tinta de caracol.

Heterodoxo se sentía harto contento. Ahora sólo le faltaban los dedos de pez para completar su aventura. Pasaron una noche allí, y al día siguiente partieron. El dueño del bar, que conocía de cosas exóticas y extrañas, les indicó que si querían parar en un lugar cercano, lo mejor era visitar la central nuclear que había en los alrededores.

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