sábado, 27 de diciembre de 2008

Una luz lejana



Los tres aventureros corrieron y corrieron, siguiendo la estela plateada, que se adentraba en los senderos, cruzaba descampados y descendía de las montañas.

Kindlist, Crarglac y Angoise estaban en la pradera florida, cuando divisaron a lo lejos una luz vacilante.
—¡Mirad! —exclamó Angoise—. Esa debe ser la casa de Claudio Honrado XVIII, ¡vamos! ¡Un último esfuerzo!

Angoise, que estaba fatigado, siguió corriendo más allá de sus fuerzas, llevado por el entusiasmo. La luz vacilante se convirtió en el crepitar de un fuego a través de un vano. Las formas de una casa se hicieron visibles: una cabaña de piedra con una chimenea y una puerta de madera destartalada. Se encontraba enclavada en la llanura, rodeada de soledades, circundada por las montañas. Allí fueron acercándose los aventureros, y Angoise, al acercarse fue relajando el paso. La estela se adentraba hasta la cabaña. Pero los viajeros repararon en un detalle: una retahila de improperios y gritos provenía del interior y parecía que dos hombres de edad avanzada discutían acaloradamente. Así que, cuidadosamente, Angoise llamó a la puerta dando tres toques, las voces se acallaron; las estrellas y la brisa se congregaron en silencio espectante.

La misión del hombre asustado



—¿Cómo os llamais? —preguntó Crarglac.
—Angoise —respondió el hombre asustado.
—¿Y qué buscais en estas regiones indómitas?
—Me marché de mi hogar, lejano en el oeste buscando una planta exótica.
—¿De qué planta se trata?
—Del loto suizo.
—¿Qué planta es esa?
—Es una flor exótica cuyos pétalos son blancos y rojos, sin embargo se halla casi extinta y por eso deambulo sin rumbo fijo, pues nadie conoce semejante especie.
—¿Por qué deseais encontrarla?
—Mi hermana contrajo una extraña fiebre hace unos meses, por la cual debió guardar reposo en la cama; su piel se volvió naranja, los ojos se le volvieron iridiscentes y le empezaron a crecer hojas en las piernas. Consulté a los médicos, y los médicos me dijeron que no sabían que podía ser. Ante sus sugerencias de investigarla cientificamente, decidí mudarme.
>>Luego consulté a brujos y adivinos, pero me dijeron que estaba maldita y no me dieron soluciones para su aflicción.
>>Finalmente, un amigo me aconsejó que buscara a un alquimista. Consulté con él y él me dijo que había ingerido una extraña sustancia, el agua arcádica, también llamada élixir ninfático, que tiene la capacidad de convertir a las personas y los animales en seres mágicos del bosque. Sin embargo, no deseaba que mi hermana se convirtiera en una alegre elfa o una ninfa correteando por los bosques y los montes, somos huerfanos y vivimos juntos. El alquimista me dijo que si deseaba remediarlo, había de encontrar el loto suizo antes de medio año; así que, sin más tardanza, la dejé a su cuidado y partí en busca de esa especie. Y vos, ¿conoceis semejante especie, la del loto suizo?
—Yo —dijo la rana—, conozco muchas variedades de plantas, pero desconozco el paradero de cualquier que sea el loto suizo; sin embargo un alquimista suizo os puede ser de más ayuda. Si sois paciente os prometo que lo encontraremos.

El homúnculo estaba callado sobre el lomo de Crarglac, el camino le empezaba a resultar cansino y, a pesar del viaje de rescate del aplomo, y de la irresponsabilidad de Heterodoxo, lo echaba de menos. La luna se había alzado sobre la cúpula celeste y estaba apesadumbrado cuando divisó a lo lejos una estela plateada, se incorporó, hincando sus raquíticas piernas sobre la rana, quien croó de dolor. Kindlist comenzó a pegar saltos, señalando hacia el sendero. Los otros dos viajeros no habían reparado en la estela con su conversación, pero ahora lo vieron. Entonces Angoise habló.

—Dejadme que yo os lleve, vuestros saltos son largos, rana, pero mis piernas corren más rápido.

Y así fue como, encontrado el rastro del aplomo de Heterodoxo, los aventureros siguieron su rastro corriendo como almas que lleva el demonio.

Kindlist y la rana encuentran a un hombre asustado



Kindlist y Crarglac llegaron a una región montañosa y llena de obstáculos por la cual no podían avanzar tan rapidamente como en las llanuras. Los picos se alejaban en la distancia, formando un horizonte tapizado de montañas y más montañas. Esto pesó en el ánimo a los viajeros, que pensaban que en tal confusión paisajística no podrían encontrar el hogar de Claudio Honrado XVIII.

Los aventureros de la Montaña de los Héroes les habían indicado la dirección a seguir, pero no un camino concreto que les fuera de utilidad, y en aquella marea abrupta era fácil perderse. Así pues, la rana estaba confundida, con el homúnculo de aberrante olor sobre su lomo, y se adentraron en las espesuras de los montes, tratando de encontrar una senda, cuando llegaron a un sendero en la ladera circundado por árboles espesos que formaban una galería. Las ramas se curvaban y las hojas hacían un techo que dejaba caer algunos rayos de sol en la tarde.

Allí empezaron a oir un castañeteo y una voz inquieta susurrando tras un recodo. Crarglac lo cruzó y se encontró a un hombre acurrucado contra el poste de una señal del camino, con la tez pálida y el rostro contraido por el miedo. La rana se acercó y preguntó.
—¿Por qué os acurrucais y temblais, tal como si hubiera sombras oscuras achechandoos?
Y el hombre pálido respondió.
—Tal sea quizá el temor que me asalta, sombras oscuras acechándome.
—¿De qué se trata?
—Yo iba por este sendero ayer por la noche, cuando de repente los sonidos silvestres se acallaron y todo se tornó silencioso; yo sentí erizarse mi vello como escarpias, entonces vi aparecer una sombra, o el eco de una persona.
>>Por el sendero comenzó a avanzar una silueta lúgubre, por su forma parecía un anciano montañés, y caminaba quejosamente, encorvado, como si la edad fuera una losa terrible cargando sobre su espalda, o sobre su cabeza; llevaba un báculo en su mano derecha, pero todo en él, a pesar de pasar a pocos pasos de mi, era borroso, como si en esencia fuera un espíritu o una simple figura. Yo sentí el temor en todo mi cuerpo, por desconocer qué terrible demonio podía rondar por estas sierras durante la noche. Sin embargo pasó, dejando una pequeña estela plateada tras de si, rastro que desapareció al amanecer.
—¿Y por qué no continuais?
—¡Ay! Temo que si continuo el camino vuelva a topar con el espectro.

Kindlist entonces comenzó a hablar con Crarglac en su peculiar idioma de signos. La rana comprendió lo que ella también sospechaba: esa visión nocturna del viajero asustado era el aplomo de Heterodoxo buscando la casa de Claudio Honrado XVIII. Debían darse prisa si querían alcanzarlo. Los animales y los homúnculos no temen tales cosas como los espíritus, pero sienten un respeto reverencial hacia lo sobrenatural. Así pues, Crarglac ofreció al viajero asustado compañía durante el trayecto, a cambio de ayudarlos a encontrar el hogar de Claudio Honrado XVIII.

El viajero, al oir la proposición, recobró el ánimo y el color volvió a sus mejillas, cogió sus avíos y marchó con los aventureros.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La montaña de los héroes



Tras la catástrofe y el tumulto provocado por la rana, los aventureros salieron huyendo de lo que quedaba de Ciudad Papelera. Era mediodía cuando todo esto aconteció y el sol declinaba cuando Crarglac, Kindlist y Spinnentier llegaron a una meseta en la Montaña de los Héroes. Allí oyeron un entrechocar de espadas, hachas y lanzas y un estruendo de hechizos variados. En la planicie se congregaban multitud de guerreros y magos, y todos ellos detuvieron sus actividades cuando vieron llegar a los extravagantes viajeros.
—Salud —dijo Crarglac—, ¿qué hacéis en esta meseta, peleando ferozmente?
—Salve —dijo un heraldo ataviado con llamativos colores—. La tarea que aquí nos trae es el ejercicio de nuestras habilidades. Somos aventureros, y como tal, aquí esperamos que las aventuras vengan a nosotros mientras nos volvemos hábiles en nuestros dones. ¿Qué os trae por aquí?
—Un gran y noble propósito, que es un encuentro de alquimistas para la correcta higiene de esta criatura —dijo la rana, señalando a Kindlist. Ésta, al ser más visible, y capaz de hablar, era la más apta para ejercer de portavoz—. Sería una tarea dificil de explicar.
—Largo rato tenemos.

Así pues, la rana comenzó a explicarle la tarea que les traía y las aventuras que habían vivido en ello. Los aventureros allí presentes se mostraron asombrados por tan magnificentes hazañas y les ofrecieron comida y una cálida hoguera durante la noche. Los tres viajeros asintieron complacidos, pues parecían gente con buenas intenciones y se reunieron en torno al fuego. Allí observaron a un mago bastante entristecido, a quien Crarglac sacó conversación.
—¿Qué os empaña el ánimo, hombre de elevado arte?
—Carezco de un familiar para consagrarme de pleno a la vida mágica.
—¿Qué es un familiar?
—Es una criatura animal que está vinculada al alma del mago. Ambos dependen el uno del otro, y sus vidas están vinculadas para siempre, hasta que uno de los dos muera.

La rana se interesó en el tema y el mago siguió contando los pormenores de su vida. Spinnentier se sintió atraida por su vida, y sintió en su ánimo que no era el único ser que se hallaba solo en la creación.

Por tanto se presentó ante el mago y le dijo con una emoción palpable en su voz.
—Si ello no os incomoda, yo podría ser vuestro familiar.
—¿En serio? —preguntó el mago—. Eso sería genial, claro que acepto.

El alborozo fue tremendo, y la garrapata sentía verdaderos sentimientos de amor por el mago, y deseos de iniciar una vida repleta de aventuras ahora que tenía la oportunidad. Echaría de menos a Heterodoxo, pero sus deseos le instaban ahora a elegir otro tipo de existencia, más colorida y cálida que una cueva fría y lúgubre.

Cuando llegó el alba los amigos se despidieron con lágrimas en los ojos, y más de una vez se despidieron antes del adiós final. Sin embargo, en última instancia Kindlist y Crarglac, ahora solos, enfrentaron su camino nuevamente, y descendieron de la Montaña de los Héroes.

La destrucción de Ciudad Papelera



Cuando Kindlist abrió sus ojos de barro se hallaba en una habitación circular con una ventana. Las paredes, el suelo y el techo eran de blanco yeso y en una de las paredes había una ventana con barrotes de papel. A su lado la rana parecía apesadumbrada y la garrapata lloraba desde dentro del zurrón.
—¿Qué haremos ahora? —se lamentaba el pequeño insecto—. Estamos atrapados.

El homúnculo se asomó a la ventana con barrotes de papel, la distancia hacia el suelo era mayor de 20 metros. Los había encerrado en una de las altas torres de los molinos de papel.
—¡Oh! ¿Qué harán con nosotros? Nos matarán y nos asarán, ¡y luego nos comerán!

Kindlist analizó los barrotes de papel. Eran de una pasta tan gruesa y tan dura que parecía hierro. El homúnculo preguntó por señas cómo saldrían. La rana le contestó.
—Tengo una idea, puedo de un salto salir de aquí y luego volver, con el estómago lleno de agua, y ablandar la pasta de un viaje a otro. Así podrás pasar a través de la ventana.

Dicho esto, se empezó a oir ruido de pasos tras la puerta y esta se abrió.
—¡Aquí está el homúnculo! Bien, serás bueno satinando nuestras espadas de papel. Ven para acá.
El carcelero, que tenía un delantal de papel, cogió al homúnculo con el zurrón y la garrapata y se lo llevó de la sala. Crarglac se quedo sola en el lugar, croó de disgusto y de un salto se lanzó hacia el exterior.


Mientras tanto, en la torre, Kindlist veía el origen del repugnante olor que dominaba la ciudad. En los molinos de papel había homúnculos que trabajaban en tropel satinando multitud de papeles con forma de espada. La técnica papelera era tal que el papel conseguido era resistente y afilado. Los homúnculos estaban encadenados con papel para que no escaparan. Así fue puesto a trabajar el homúnculo, con su zurrón y con un mazo de papel.

¿Cuál era el oscuro propósito de los papeleros para secuestrar homúnculos y fabricar espadas? Eso no lo supo Kindlist. Por otro lado, la rana había explorado la Ciudad, y había descubierto que la llanura había sido antiguamente un gran y único rio de descomunal cauce; todo había sido edificado según un sistema intrincado de diques. Tramó un plan sencillo, fastidiaría un mecanismo con el único y poderoso resorte que era su luenga. Con ello el dique se rompería y el agua se desbordaría. Crarglac estiró su lengua con un chasquido, rompió la pequeña palanca y el dique se abrió con un estrépito tremendo.

El caos consiguiente fue tremendo, todas las obras de los papeleros, cuidadas desde antaño, perecieron y fueron destrozadas; sus antiguas glorias se extinguieron consumidas por el torrente acuático. Hecho esto, la rana fue hacia el molino y allí vio que todos los homúnculos gritaban de felicidad. Entre la multitud distinguió a Kindlist con su zurrón. Con un poderoso salto lo recogió, y con otros tantos salieron apresurados de la ciudad.

Los aventureros llegan a Ciudad Papelera



Después de un día y una noche de grandes saltos de la rana, los tres compañeros divisaron a lo lejos una ciudad con numerosos ríos, afluentes y arroyos. En ella todas las construcciones eran blancas y tenían norias: eran molinos de papel, que se alzaban con grandes torres en mitad de una prolongada llanura.
—Por aquí podemos preguntar la dirección del hogar de Claudio Honrado XVIII—dijo la rana, Kindlist asintió.
—Acerquemonos —sentenció la garrapata.

Los peculiares viajeros se aproximaron a la brillante ciudad, pero conforme se acercaban se hacía palpable un hedor inmensa y horridamente desagradable, un hedor como de estiercol reciente, trapos viejos y podridos, cadáveres viejos, armarios cerrados, y un sinfín de otros olores desagradables. En resumen, a homúnculo sin lavar durante dos años. El hedor era tan horroroso, que incluso Kindlist tuvo que taparse su naricilla para proseguir; la rana y la garrapata, por descontado, habían manifestado su profunda aversión, sin embargo no contaban con manos para impedir que el olor llegara hasta sus narices.

Finalmente, descendieron de los valles por los que habían viajado y se encontraron a las puertas de Ciudad Papelera, donde había un portero engalanado con papeles blancos.
—¡Alto! —exclamó— ¿Quiénes sois, a dónde vais, y qué quereis?
—Somos Crarglac la rana azul, Kindlist el homúnculo y Spinnentier la garrapata amante. Vamos a casa de Claudio Honrado XVIII, deseamos encontrarlo. ¿Podéis ayudarnos?

El portero contempló extrañado a los viajeros, sin embargo un brillo de excitación que los foraneos no percibieron, se asomó a sus ojos al observar al homúnculo.
—Por supuesto, la casa de Claudio Honrado XVIII está al otro lado de la Montaña de los Héroes, que allí al otro lado de la llanura podéis ver, pero dejadnos serviros y haceros participes de nuestra famosa hospitalidad, celebraremos un banquete para vosotros.

Los aventureros se sintieron halagados y aceptaron la invitación. Poco rato después, la ciudad bullía de excitación preparando el banquete: papel a la plancha y pasta de papel a la celulosa se sirvieron y todo ello estuvo exquisito. Comieron hasta el hartazgo, sin embargo repararon en un detalle tardiamente.

El alimento estaba cuidadosamente envenenado con sedantes y casi inconscientemente, los inocentes forasteros fueron cayendo en un narcótico sueño.