miércoles, 17 de diciembre de 2008

Los aventureros llegan a Ciudad Papelera



Después de un día y una noche de grandes saltos de la rana, los tres compañeros divisaron a lo lejos una ciudad con numerosos ríos, afluentes y arroyos. En ella todas las construcciones eran blancas y tenían norias: eran molinos de papel, que se alzaban con grandes torres en mitad de una prolongada llanura.
—Por aquí podemos preguntar la dirección del hogar de Claudio Honrado XVIII—dijo la rana, Kindlist asintió.
—Acerquemonos —sentenció la garrapata.

Los peculiares viajeros se aproximaron a la brillante ciudad, pero conforme se acercaban se hacía palpable un hedor inmensa y horridamente desagradable, un hedor como de estiercol reciente, trapos viejos y podridos, cadáveres viejos, armarios cerrados, y un sinfín de otros olores desagradables. En resumen, a homúnculo sin lavar durante dos años. El hedor era tan horroroso, que incluso Kindlist tuvo que taparse su naricilla para proseguir; la rana y la garrapata, por descontado, habían manifestado su profunda aversión, sin embargo no contaban con manos para impedir que el olor llegara hasta sus narices.

Finalmente, descendieron de los valles por los que habían viajado y se encontraron a las puertas de Ciudad Papelera, donde había un portero engalanado con papeles blancos.
—¡Alto! —exclamó— ¿Quiénes sois, a dónde vais, y qué quereis?
—Somos Crarglac la rana azul, Kindlist el homúnculo y Spinnentier la garrapata amante. Vamos a casa de Claudio Honrado XVIII, deseamos encontrarlo. ¿Podéis ayudarnos?

El portero contempló extrañado a los viajeros, sin embargo un brillo de excitación que los foraneos no percibieron, se asomó a sus ojos al observar al homúnculo.
—Por supuesto, la casa de Claudio Honrado XVIII está al otro lado de la Montaña de los Héroes, que allí al otro lado de la llanura podéis ver, pero dejadnos serviros y haceros participes de nuestra famosa hospitalidad, celebraremos un banquete para vosotros.

Los aventureros se sintieron halagados y aceptaron la invitación. Poco rato después, la ciudad bullía de excitación preparando el banquete: papel a la plancha y pasta de papel a la celulosa se sirvieron y todo ello estuvo exquisito. Comieron hasta el hartazgo, sin embargo repararon en un detalle tardiamente.

El alimento estaba cuidadosamente envenenado con sedantes y casi inconscientemente, los inocentes forasteros fueron cayendo en un narcótico sueño.

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