miércoles, 25 de marzo de 2009

La arrogancia de los equinos



—Somos y hemos sido un pueblo que ha habitado este mundo desde tiempos inmemoriales. Desde la creación del mundo hemos cabalgado por las praderas con nuestras cortas patas. Sin embargo nunca hemos logrado la prosperidad, de la que gozamos ahora.
>>En días antiguos, nosotros, los ponis bizcos, estabamos sometidos a una raza benévola similares a vosotros; ellos nos daban de comer y nos cuidaban, y nosotros a cambio les dejabamos calgar. Nos herraban las pezuñas para que no se nos lastimaran y nos dieron anteojos para que vieramos bien; sin embargo nosotros crecimos en inteligencia, adquirimos el don del habla y la comunicación.
>>Así que enseguida empezamos a hacer como ellos. Nos reuniamos en asamblea, celebrabamos fiestas y saltábamos sobre las hogueras. Sin embargo el habla dio mejor fluidez a las ideas, y a algunos de los nuestros se nos ocurrió independizarnos de la raza benévola, empezando a fabricar las herraduras nosotros mismos, por y para nosotros, y que nadie nos montara.
>>Así pues, rezamos a los dioses e imploramos que nos ayudaran. Cometimos nuestra empresa con gran celo, y empezamos a fabricar las herraduras. Nuestro benévolo pueblo no nos maltrató por ello y comprendió nuestra decisión. Sin embargo, sus comercios cerraron, ya que no fabricaban más herraduras, y todo su mundo se vino abajo, ya que parte de él se sustentaba en nosotros.
>>Las antaño grandes ciudades se convirtieron en polvorientas ruinas. La benévola raza se extinguió, acosada por sus enemigos. Los dioses montaron en cólera, y como castigo en nuestro orgullo, nos maldijeron con los caracoles del caos. Ahora... si bien podíamos herrarnos a nosotros mismos, esos engendros del Inframundo nos acosaban con sus punzantes caparazones.
>>Y esa es nuestra historia, la historia en la que menguamos y caemos en desgracia. Antes pisabamos todas las tierras de este mundo, ahora estamos refugiados en este pequeño establo, reflejo de lo que una vez fue.
>>Dejadnos que en agradecimiento por haber acabado con parte de ellos os otorguemos un presente.

Todos los multinautas se miraron entre sí y asintieron.
—En recompensa de vuestra valentía, os ofrecemos la Retorta de la Resecación Absoluta.

Los ponis se adelantaron en comitiva y otorgaron a Heterodoxo un crisol tosco de plomo, pero a fin de cuentas útil. El viejo alquimista lo tomó y la tasó con ojo experto, y resolvió que quizá podría serle de grandisima utilidad. De repente los ponis salieron corriendo, y desaparecieron de su vista. Los viajeros, perplejos, se volvieron a mirar entre sí, y se fueron de Poblado Poni.