miércoles, 5 de noviembre de 2008

La esclavitud de los insectos-palo



El alquimista arrivó a un lugar salpicado de zarzas y arbustos, próximo al estanque. Allí dio, como veréis, por terminada su breve búsqueda.

Heterodoxo comenzó a rastrear el suelo y enseguida reparó en que por tierra se desarrollaba un extraño espectáculo. Las hormigas, armadas con látigos, obligaban a los insectos-palo, en amarga y lenta procesión, a caminar hacia la entrada del hormiguero, que para dar cobijo a semejantes maestros del espionaje, había sido ensanchada. La situación era variopinta: algunos insectos-palo se resistían, otros cortaban sus cadenas y huían. La mayoría eran abatidos por las hormigas-policía y muy pocos conseguían escapar de la tiranía. Otros insectos-palo eran demasiado obesos para entrar en el hormiguero, y con gesto horrorizado, el pobre alquimista vio lo que hacían las hormigas con ellos: los ejecutaban de inmediato y los llevaban en palios para la hormiga reina.

El último Copérnico observó la situación y enseguida se le ocurrió qué podría hacer. Las hormigas eran muy numerosas, pero pequeñas, así que lo más probable era que las ranas se sintieran más contentas si les llevara a los esclavos. Los insectos-palo eran muchos y aún quedaba tiempo para elaborar algo antes de que todos se hallaran cautivos. Así que, discretamente, se alejó unos metros del zarzal y comenzó a mezclar extraños componentes de su probeta, hasta que dio una mezcla de tonos purpureos y verdes y exclamó.
—¡Silfos y ondinas, Kindlist! ¡Esta disolución acabará con las hormigas, por las ideas de Platón!

Y corriendo, todo lo que puede correr un alquimista, claro, se aproximó al lugar de la procesión. Esparció el líquido de la probeta y en segundos, las hormigas fueron abatidas, y las que no fueron rociadas, fueron muertas por el intenso olor, mortal para ellas. Los insectos-palo no se vieron afectadas por la poción y enseguida, con amplias sonrisas, se dedicaron a liberarse de sus amos y señores.
—¡Venga, fásmidos amigos, rescatad a vuestros compañeros del hormiguero y acabad con vuestros opresores!

Así pues, los insectos-palo tomaron las armas de las hormigas, y los que no tenían armas lucharon con sus extremidades contra las hormigas supervivientes. Y se adentraron en el hormiguero, dieron muerte a la hormiga reina y salieron todos jubilosos exclamando "¡Viva la revolución!" "¡Por la libertad!". Heterodoxo se apresuró, sacando un pequeño zurrón:
—Vamos, meteos aquí y os llevaré a un lugar seguro.

Los fásmidos, obedientes, se adentraron en el zurrón, y con malicioso gesto, el alquimista lo cerró.

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