martes, 11 de noviembre de 2008

Heterodoxo consigue una rana




Con el zurrón cargado al hombro, Heterodoxo regresó al estanque de las ranas. Allí las ranas lo aclamaron al ver el zurrón, que suponían cargado de insectos, croando y pegando grandes saltos por encima de su cabeza. Finalmente, el alquimista se acercó a la reina de las ranas.
—¡Oh, regina ranidarum, aceptad este presente con gozo y buen apetito!

Y la rana, en su ranida lengua, contestó.
—Abrid, pues, vuestro zurrón y veamos lo que contiene en su interior.

Heterodoxo, obedeciendo la orden, abrió el zurrón, y enseguida, los fásmidos armados y en desbandada ante la traición, salieron del zurrón exclamando: ¡Traición! ¡Muerte al tirano burgués!; y ante el alboroto la reina de las ranas se abalanzó, arrastrando en el acto a todo su séquito y plebe. Enseguida revivieron las lenguas de las ranas, recordando el sabor del buen alimento. Poco a poco los lamentos de los insectos-palo se fueron acallando. Una vez la reina de las ranas se relamió, saboreando a su última víctima, se pronunció.
—Nos habéis traido un sabroso alimento, que además nos ha hecho recordar la habilidad de estirar nuestras lenguas hacia largas distancias. Os lo agradecemos, por tanto podéis escoger la rana que deseéis.

El anciano contempló a todo el séquito de ranas y se percató de que había una muy especial: una rana celeste y brillante, cuya piel y textura era acuosa y resbaladiza, como la del resto de ranas. Esa fue, por tanto, la rana que escogió el último Copérnico. Tras pedirla cortesmente a la reina de las ranas, la metió en su zurrón y, apoyándose en su cayado, marchó más allá del estanque. Sin embargo, notó algo removerse en sus bolsillos.

Diligentemente, rebuscó con su huesuda y vieja mano y sacó lo que allí dentro protestaba. Era el homúnculo, Kindlist, quien le dirigía una furibunda mirada llena de reproches, al tiempo que cruzaba los brazos.
—¡Sí, ya sé, Kindlist! Me he comportado como el tirano, que prometiendo la salvación, acaba arrastrando a la destrucción a aquellos a los que ha utilizado, ¡lo siento! Mas no tenía otra solución, eso debía hacerse para conseguir los componentes que habrán de lavarte, ¡además!, mira el hedor que empiezas a despedir.

Y en efecto, el homúnculo comenzaba a oler a trapo podrido. Pero a pesar de la disculpa del alquimista, siguió allí, sobre su mano, con los brazos cruzados, y su mirada desafiante.

1 comentario:

Celebrar la vida dijo...

Y es que eso del bien y del mal creo que sólo es un invento humano más.
Gracias por tus comentarios en mi blog, y aunque me pese decirlo, y como no existen ni el bien ni el mal... sigue escribiendo en las clases mientras puedas.
Un saludo.