lunes, 17 de noviembre de 2008

Heterodoxo pierde el aplomo



Tras el beso, la mujer violeta se marchó, dejando a Heterodoxo reflexionando extasiado sobre la roca, quien no se dio cuenta de su desaparición. Se sucedió así una noche y dos días, hasta que el alquimista decidió ponerse en pie y seguir su camino. Fue entonces, cuando, sumido como estaba en sus pensamientos, percibió que la mujer se había marchado y un humor melancólico empezó a adueñarse de su ánimo.

Así comenzó a caminar, y se adentró en un profundo bosque, en el cual los árboles formaban un especho techo de ramas y hojas de forma que no se podía ver nada, y así caminó durante tres horas. La oscuridad se cernió en derredor suyo y el alquimista se vio dominado por la sensación de que los buhos ululaban acechándole, que los murciélagos le contemplaban entre las tinieblas y otras criaturas nocturnas merodeaban malignamente. El homúnculo temblaba de frío y de miedo, acurrucado en uno de los bolsillos de la túnica del último Copérnico, y este último encendió un candil para disipar sus miedos, y las sombras del camino.

Comenzó entonces a pensar que aún le aguardaba un largo camino, que entre otras muchas cosas, podía encontrar el fracaso, que no hallara los ingredientes, que debido a su vejez falleciera en el camino, que su homúnculo se quedara solo en el mundo, y deseó que el camino fuera menos largo, y que no hubiera tinieblas, ni seres tenebrosos, ni dificultades en él.

Pero perdido en estos oscuros pensamientos, y sin darse cuenta, el alquimista arrivó al linde del bosque y desde allí vio el cielo estrellado y una media luna presidiendo a los astros luminosos. Kindlist entonces salió del bolsillo y se montó en el hombro del alquimista y se puso a señalar las regiones superiores, pegando saltos. A esto el alquimista exclamó.
—¡Mira allá en el cielo como las estrellas y los planetas vagan lentamente en la creación divina! Llevan ahí desde el principio de los tiempos y allí seguirán, incansables, caminando por las regiones etereas, sin cejar en su empeño.
>>¡Por las artes de Cornelio Agripa, que semejantes bosques tenebrosos no volverán a desequilibrar mis humores! ¡Vamos, Kindlist!

Al decir esto, Heterodoxo se apoyó con intención de seguir animadamente, sin embargo algo le falló. En vez de seguir avanzando, se quedó contemplando los extensos y oscuros prados que se extendían ante él, y las siniestras siluetas montañosas que se veían a lo lejos, recortadas contra la noche. Entonces sintió una parte de si que se desprendía de él y tomaba cuerpo. Comenzó a caminar por los prados, como un espíritu de ferrea determinación. Heterodoxo exhaló un suspiro pausado y pesado.
—¡Ay! Ahí va mi aplomo, escapándose de mi... Kindlist, no me sienta bien estar tanto tiempo lejos de mi cueva y de mi puesto de trabajo. Me siento cansado y pienso que esto no terminará nunca, en realidad. Ni siquiera tengo ganas de perseguir a mi aplomo.
>>Por mi como si se va con las salamandras.

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