viernes, 21 de noviembre de 2008

Heterodoxo regresa a su cueva




Heterodoxo se encontraba observando viejos pergaminos con apatía. Revisaba los tratados de Macario Crisóstomo IX sobre la glándula transbiliar de los gnomos que, hacía tiempo ya, había sido refutada por el magnánimo Cornelio Agripa. El último Copérnico siempre se había adscrito a la teoría de Macario, que afirmaba que tal glándula servía para eliminar el exceso de bilis negra en el organismo de los gnomos, convirtiéndola en bilis amarilla, y le gustaba contrastarla con los furiosos ataques y acusaciones de Cornelio Agripa. Para su docta mente, la doctrina de Macario era preclara y de una gran lógica, y no entendía como la comunidad alquímica lo había refutado.

Al menos contaba con la ventaja de que los alquimistas rara vez se reunían, y podía predicar, más bien practicar a solas, las ideas que postularan, sin que por ello sufriera humillación argumentativa alguna. Tal oficio se convierte, a veces, en un oficio solitario, y era por ello que Heterodoxo Copérnico II había desistido de su tarea y había regresado con sus investigaciones.

Pero ni en ello había conseguido mérito alguno, puesto que no lograba concentrarse más de cinco minutos en el tema que perseguía su mente desde que había vuelto: la glándula transbiliar de los gnomos. Y al menos ya había una semana con sus días y sus noches desde que volviera a su hogar. Kindlist estaba en un rincón lejano de la cueva, apestando a vómito de coprófago, royendo la corteza del pequeño gajo de limón que Heterodoxo le había lanzado el pasado día. El pobre y feo homúnculo estaba ahí, puesto que le había sido mandado por Heterodoxo que allí permaneciera, ya que pensaba que su olor lo perturbaba de sus evoluciones y cadencias mentales. La tristeza enmarcaba su rostro: los homúnculos, por horrendos que puedan ser, también aman la higiene, más que ciertos ejemplares humanos.

Pero había algo que Heterodoxo no sabía y es lo que os contaré a continuación: sumido como estaba en la ofuscación y frustración por no conseguir las tareas que se proponía, su homúnculo se había tejido un pequeño zurrón ajustado a su medida, y que al pedirle esa misma noche su dosis de laudano habitual, Kindlist le había dado una dosis mayor, con una mezcla de esencia de loto negro, de forma que durmió tan profundo que cuando Kindlist pasó a su lado, portando su aberrante olor, y acompañado de la fiel garrapata de Heterodoxo, sólo pudo hacer pucheros en sueños.

1 comentario:

Celebrar la vida dijo...

Hola Kindlist:

Gracias por tus felicitaciones.
Me ha encantado el capítulo del aplomo. Eso es lo que deberíamos aprender todos, esa es la verdadera alquimia, hacer desaparecer o transformar lo que nos pesa.
Gracias por este blog.
Un abrazo.