lunes, 3 de noviembre de 2008

Heterodoxo llega al estanque



El alquimista, tras dar un trago a su poción vigorizante, descendió de la pequeña montaña. Más abajo vio un estanque con nenúfares y percibió con sus sentidos auditivos el lejano croar de las ranas. Animado por esta señal, apretó su paso, todo lo que un viejo alquimista podía apretarlo, apoyado fruiciosamente sobre su cayado.

Finalmente, descendió hasta el pie del gran montículo, justo donde comenzaba el precioso estanque de aguas cristalinas y vio ranas en la orilla del estanque, y ranas sobre los nenufares y bajo las aguas. Una vez las ranas lo vieron, cesaron sus sonidos y se volvieron todas para mirarlo con sus anfibios ojos.

—¡Salud a todas las ranas del estanque! Mi nombre es Heterodoxo Copérnico II, y vengo a pediros auxilio.

Las ranas permanecieron comtemplándolo impávidamente. De repente, entre saltos, avanzó una rana con una corona que croó grave y pesadamente. El último Copérnico se vio en un apuro, puesto que no conocía la preeminente lengua de las ranas, y menos su dialecto real. Así que apresurado exigió.
—¡Kindlist, traduce!

El pequeño y feo (para ser sinceros, pues guardaba parecido con su amo), homúnculo se apresuró a traducir con gestos, puesto que Kindlist no sabía hablar. Nadie del mundo habría entendido al mudo homúnculo, salvo Heterodoxo, puesto que él estaba acostumbrado desde su creación a comunicarse silenciosamente con él.
—¿Qué deseáis? —tradujo Kindlist.
—Deseo encontrar a las legendarias ranas escamadas.
—Complicada tarea os habéis propuesto, pues las ranas escamadas ya no existen, sin embargo teneis una posibilidad.
—Contad pues.
—Debéis llevaros una rana de mi estanque y luego buscar a Claudio Honrado XVIII, alquimista y hombre de prolongado saber y ciencia, quien conoce el secreto de la transmutación de las ranas.
—Bien, mas, ¿cómo habría de llevarme una vasalla rana vuestra sin hacer un previo pago?
—Pues esa es la cuestión, habréis de pagarme con una ración de sabrosos insectos —y en ese momento Heterodoxo rememoró el reciente capítulo de las alúas—, nuestras lenguas se han quedado atrofiadas y hemos olvidado el arte de la caza. Necesitamos que nos ayudes: traenos un cuenco con una buena ración de insectos para 20 ranas, y te estaremos agradecidos.

Heterodoxo asintió despreocupadamente y añadió
—Así sea, su Alteza, regina ranidarum, me parece justo y con el alma dispuesta a grandes y nobles empresas, acometo la tarea.

Y dicho esto, Heterodoxo prosiguió su camino, en busca de un lugar con abundancia de insectos.

1 comentario:

Celebrar la vida dijo...

Me alegra que después de varias semanas sin escribir vuelvas a hacerlo. Ya tenía ganas de saber lo que ocurría en la historia. Tienes mucha imaginación y originalidad. Cada vez que leo un capítulo, me meto de lleno en el ambiente mágico de tu relato.¿Has pensado en publicarlo alguna vez?

Un abrazo.