martes, 27 de enero de 2009

Un duende aparece (y desaparece)



Heterodoxo caminaba, acompañado de Angoise, Kindlist (en su bolsillo) y Crarglac, por la ladera de la devastada montaña. La ladera, antaño poblada de árboles, ahora se encontraba pelada, calcinada y desprovista de vida. La tarea que los ocupaba era el encuentro de la tuerca argentea. Pero es difícil encontrar una tuerca de plata en medio de un montón de cenizas. El viejo alquimista se detuvo al lado del esqueleto de un árbol y se mesó con aire preocupado las espesas barbas. Se sentó y apoyó en el tronco, mientras Angoise seguía explorando por la desolación con Crarglac al hombro.

Fue entonces cuando sintió una risilla entre las ramas superiores del árbol y un limón cayó sobre su dura cabeza de alquimista.
—¡Un voto por los caidos! —exclamó una voz chillona desde las ramas.

Heterodoxo alzó la cabeza y se encontró con un duende pequeño y menudo, de rasgos maliciosos y vestimenta gris. Tenía la piel arrugada y cetrina y se dirigió así a Heterodoxo, sin protocolo ni presentación alguna.
—¡Tomad la tuerca argentea, sé que la buscais! Y no os olvideis de llevar un monóculo de gran precisión en vuestros viajes hacia los otros planos —dicho esto el duende lanzó la tuerca argentea a Heterodoxo, quien la tomó con gesto sorprendido.

Acto seguido, el viejo alquimista llamó a gritos a sus compañeros, todo lo que puede llamar a gritos un alquimista. Sin embargo, cuando la compañía se detuvo a los pies del árbol, ya no había ningun duende travieso.
—¡Gnomos y salamandras! ¡Por mi aplomo que en el reciente tiempo pretérito aquí había un duende y me dio la tuerca! —exclamó malhumoradamente.

Heterodoxo se sentó al pie del árbol de nuevo, puesto que con la preocupación se había vuelto a levantar. La situación era extraña, puesto que Angoise y Crarglac no deseaban otra cosa que encontrar la tuerca, y ahora que la había encontrado, dársela a Claudio lo antes posible. Pero Angoise era demasiado cobarde y tímido como para hablar, así que Crarglac intercedió.
—No reprocheis los extraños sucesos a nadie, querido amigo. A veces las cosas deseadas llegan facilmente y sin mucha complicación, sin que para ello puedas encontrar causa alguna. No busqueis motivos intrincados, teneis la tuerca.
>>Volvamos a la cabaña, y celebremos que hoy el camino está exento de dificultades.

miércoles, 14 de enero de 2009

La tuerca argentea



Heterodoxo abrió los párpados lentamente y poco a poco divisó que estaba en una estancia acogedora y luminosa. Era de día en la cabaña de Claudio Honrado XVIII, y el alquimista reposaba en una mullida cama. Descubrió que tenía puesto un pijama con dibujos de gnomos y salamandras, y tras deslizarse fuera de su cama, se puso su túnica habitual, que estaba en un perchero.

Salió de la habitación y fue al salón, donde esperaba Claudio Honrado XVIII, Angoise y Crarglac desayunando tostadas con mermelada de sabor a sangre de la salamandra, conocida por un toque ligeramente ácido, parecido a la naranja pero más intenso. Kindlist estaba en uno de sus bolsillos y Zacarías no aparecía por ninguna parte.
—¡Espíritus! Ya era hora, habeis dormido durante una semana entera. Tomad, tengo preparadas unas pocas tostadas.

Heterodoxo tomó asiento y comenzó a comer, sentía un hambre devoradora. Y unas ganas inmensas de continuar con sus viajes y aventuras, y de explorar tierras incógnitas de su Suiza natal.
—¿Qué ha sido de Zacarías? —preguntó.
—Marchó a los dos días de tu desmayo, tenía unos asuntos que resolver acerca de sus nuevos descubrimientos. Os pide disculpas.

Todos desayunaron apaciblemente y los dos alquimistas quedaron en charlar sobre todo lo sucedido después del almuerzo. Y así hicieron cuando lo hubieran hecho, hasta que cayó el ocaso. El resto de huespedes se habían dedicado a jugar al parchís mientras ellos debatían, y en algunas ocasiones incluso habían ido a explorar los bosques cercanos. Una vez puesto al corriente de todo, Claudio concluyó.
—Sin duda os debisteis topar con el Bosque del Desánimo. Sólo ello puede explicar la perdida de vuestro peculiar temple. Y a propósito de esto, os ayudaré con la rana escamada, sin embargo hay un asunto que requiere mi atención y que sin duda os ayudará de mejor forma si es resuelta convenientemente.
—¿De qué se trata?
—Bien, estoy investigando en la invención de una máquina interdimensional. Todo va bien: una fabulosa pieza giratoria con dos asientos que a determinadas revoluciones y con ciertas sustancias abre puertas hacia otras realidades.
>>Todo parecía concluido cuando realicé el último pedido a una empresa de transportes: una tuerca de plata; una tuerca totalmente normal y corriente, con el único requisito que fuera argentea. Y ellos aceptaron el envío: ya se oía el ruido del motor a través de las montañas, y yo me frotaba las manos con ansiedad a la vera de mi brasero, cuando oí un gran estrépito y una explosión en las laderas.
>>Me asomé a la ventana y vi llamear algo a través del bosque. Esto sucedió hace unas semanas, y no me he atrevido a visitar ese lugar. Y por lo absorbido que estaba en mis investigaciones y el hospedaje de Zacarías, no se me ocurrió volver a llamar por teléfono. Si fuerais allí me haríais un gran favor, y os podría ayudar mejor.
>>¿Qué me decís?

Heterodoxo recupera el aplomo



Zacarías y Claudio se pusieron manos a la obra. Tal empresa era tan exótica que quizá solo la realizarían una vez en las vidas, y aunque fuera noche avanzada y pensarán más en discutir sobre teorías desfasadas, el reto de recuperar el aplomo para Heterodoxo inflamó sus humores. Luego podrían presumir de sus hazañas, además de la recompensa de ayudar a un antiguo compañero de estudios.

Mientras tanto Heterodoxo se recostó en un sillón cómodo, muerto de sueño. En su cansancio había soltado el frasco con el fluido luminoso, el remedio de vago intratable que había tomado para reunir las ganas suficientes de salir de la cueva e iniciar un nuevo viaje. Se había provisto de un buen surtido de remedios y durante el día y la noche había caminado y caminado, haciendo caso omiso de sus necesidades más básicas. Hasta encontrar rastro de noticias y rumores: la destrucción de Ciudad Papelera, un mago que había encontrado una garrapata de familiar y demás noticias en los parajes suizos. Había sido fácil seguir el camino, y más fácil aún cuando había encontrado la estela plateada. Con el ánimo imperturbable había proseguido hasta llamar a la puerta. Sin embargo, no había vuelto a tomar el remedio del vago intratable y ahora quería dormir, y mucho.

Los alquimistas laboraban y laboraban. Kindlist permaneció acurrucado en el bolsillo de la túnica. Angoise y Crarglac por su parte, se fueron a una cama a dormir; tales asuntos ya no eran de su incumbencia, y ya ajustaría Crarglac cuentas con él.

Heterodoxo cerró placidamente los ojos y se entregó al dulce sueño. Pero no le dio tiempo a nada cuando notó un tirazón en sus pestañas.
—¡Ah!
—Heterodoxo, bebe de este elixir —y con la vista borrosa vio a un Claudio que le tendía el frasco, en cuyo interior había un liquido de color del plomo, que fluctuaba lentamente. Heterodoxo lo tomó y bebió, y sintio dentro de si una oleada de ánimo, esperanza, ganas de seguir con sus empresas, y de investigar. Volvió a sentir el ímpetu alquímico que siempre lo había guiado. Y después, un profundo arrepentimiento de todas las irresponsabilidades que había cometido en todo ese tiempo.

Sin embargo no siguió el curso de sus pensamientos, puesto que el sueño se volvió a cernir sobre él, y los tres hermanos, Morfeo, Fantaso e Iquelo, tomaron el dominio sobre su conciencia.

El retorno del alquimista sin aplomo



El rubeo alquimista se deslizó hasta la puerta y lentamente y con curiosidad abrió la desvencijada puerta. Ante él se abría la noche y la amplia llanura, pero antes de eso: la silueta de otro alquimista, una figura recortada contra el paisaje, un viejo encorvado por el peso del tiempo. Llevaba una gran túnica, estaba tembloroso por el frío, y observaba con mirada cansada y sosegada a Claudio.
—¿Dónde está mi aplomo, y mi homúnculo? ¡Lógica de Llull!
—¿Heterodoxo?
—¡Claudio!
—¡En buena hora llegais! ¿Qué os sucede? Pareceis cansado, como de no haber dormido durante varios días, y aterido por el frio. Pasad hacia dentro, hay varios asuntos esperandoos aquí dentro.

Vio entonces que en la mano de Heterodoxo había un frasco de cristal con posos de un líquido viscoso y luminoso.
—Necesito reposo, largo y sin descanso ha sido el camino.
—Pasad, insisto, y sentaos, hay sitio de sobra para un amigo alquimista más.

Así pues, el viejo alquimista, protagonista de esta aventuras pasó esforzadamente, tan esforzadamente como puede esforzarse un viejo alquimista, apoyado en su cayado, y franqueó el umbral de la estancia donde descansaban los huespedes alrededor del brasero. Zacarías dio un respingo.
—¡Heterodoxo! Menuda noche.

La respuesta de Kindlist no se hizo esperar, mas no lo hizo celebrándolo con saltos y fiestas. Eso habría sido más propio de un perro, sin embargo los homúnculos no celebran, y Kindlist se limitó a correr hacia Heterodoxo y guarecerse en los bolsillos de su túnica. Crarglac frunció el ceño y miró claramente enfadada al alquimista. Angoise se acarició la barbilla con curiosidad.
—¡Semejante audiencia no había encontrado antes en una noche cerrada! ¿Qué trae a todos por aquí?
—Quizá no sea un despropósito como parece, sino una grata coincidencia —afirmó Zacarías—. Estos tres huespedes se hallan aquí en busca de vuestro aplomo que, como podeis ver flota ahí a la vista de todos, pesado y estable. El motivo de mi visita es uno de mis últimos descubrimientos, aunque ya que nos honrais con vuestra presencia, podriamos debatir aquello sobre la glándula transbiliar...
—¿...de los gnomos? ¡No, gracias! Ya ha quedado claro que vuestro apoyo a las tesis de Macario son un verdadero desproposito y que los postulados originales de Paracelso al respecto son más iluminadores. Me ahorraré debatir sobre ello, he venido aquí en busca de mi aplomo; espero que sepas disculpar mi declinación, mas estoy fatigado.
—De acuerdo, habrá tiempo de sobra para discutir sobre ello.
—Y bien —interrumpió Claudio—, veníais en busca de vuestro aplomo, ¿no? Aquí lo teneis, opino que si aplicamos un descenso de temperatura a esta habitación vuestro aplomo podrá fluir hacia un recipiente adecuado y vos podreis beberoslo para recuperarlo.
—Bien, trae jugos de pingüino y cuecelos, enseguida se notará el efecto ártico de sus componentes y la habitación se enfriará, y coloca un mortero bajo mi aplomo; luego podemos colocarlo en el alambigue y realizar los alquimicos procesos necesarios para adecuarlo de nuevo en mi cuerpo.
>>Empecemos —propuso Claudio.

jueves, 8 de enero de 2009

Crarglac se pronuncia



"Yo vivía felizmente en el Estanque de las Ranas, cuando llegó Heterodoxo con su homúnculo. Dijo que necesitaba lavarlo pero que no encontraba los componentes para sus tenazas, así que parte de su misión pasaba por conseguir una rana escamada. Realizó con éxito su propósito y fui con él. Sin embargo, días más tarde, pasamos por un bosque extraño y en sus lindes se desprendió de él su aplomo, que es esa sustancia plateada que ahí flota. Así pues, regresó, incumpliendo sus promesas de buscarme agua de río para bañarme. La última vez que me bañé fue hace unos días, en la destrucción de Ciudad Papelera, sin embargo de vez en cuando siento mi piel reseca y unas punzadas terribles."
—Sin duda la misión de Heterodoxo está cambiando un buen puñado de cosas en varios cantones a la redonda. ¡Pero hemos de arreglarlo! Dejadme que prepare un compuesto de Cenizas Negras con Leche de Cal, es perfecto para neutralizar por un tiempo el hedor de homúnculo sin lavar —ofreció Claudio.
—¡Cómo! —exclamó Zacarías indignado—. La mezcla de Muriato de Cinc con disolución de Cinabrio y Piedra Azul es mucho más económica y efectiva.
—Cada alquimista con su receta, Zacarías, déjame obrar con mis propios métodos. Y traeré un cubo de agua donde la rana pueda bañarse.
—Está bien, pero opino que si echaras una pizca de Mercurio al agua la rana podrá pasar más tiempo sin resecarse. Ya se sabe que las propiedades del Mercurio son muy positivas para el cutis de una rana.
—¿Ves? En eso si te haré caso, ahora vuelvo.

Claudio Honrado se marchó y Zacarías seguía mesándose la barba.
—Con que esta materia plateada es el aplomo de Heterodoxo. Apuntaré las propiedades del Aplomo de Alquimista —acto seguido sacó de uno de los bolsillos de su túnica, una gran pluma, un pergamino gastado y un tarro de tinta verde fluctuante.
>>Uhm... denso, pesado, brillante y estable.

Al rato, Claudio Honrado volvió. La rana se metió con un croido de satisfacción y Kindlist fue rociado con un bote de spray preparado por el rubicundo alquimista. Al instante el hedor remitió.
—Sin duda esta es una noche memorable. Quizá lo apunte en mi diario y algún día lo publique. ¿Qué os parece si lo llamo: La Crónica de Claudio Honrado XVIII? Es un bonito título, ¿no?
—Creo que no lo compraría nadie, Claudio.
—¡Mejor aún, libro de coleccionista! ¿Qué es eso?

Claudio se vio interrumpido por tres golpes en la puerta de su cabaña, sonoros pero sordos y apagados. Al instante todos los huespedes se volvieron, y se volvió a producir un silencio expectante.

Encuentro de alquimistas



Las voces de discusión se interrumpieron. Los tres aventureros aguardaron, hasta que hubo ruido de pasos y la puerta se abrió con un quejido agudo. Ante ellos apareció, iluminado por la luz de un candil, Claudio Honrado XVIII, hombre de rubio cabello y rubia barba rizada, verrugas en la oreja, arrugas en los mofletes y avanzada edad, como cualquier alquimista que se precie.
—¡Ciencia de Agripa! ¡Un hombre, una rana y... el homúnculo de Heterodoxo! ¡Kindlist!
—¿Qué sucede? —curioseó una voz desde el interior de la cabaña.
—Una visita sin duda extraña, Zacarías, es lo que acontece.

Kindlist comenzó a comunicarse mediante gestos con la rana, y esta tradujo.
—Permitidme que nos presente. Somos Crarglac la rana, Angoise el miedoso y Kindlist, el homúnculo de Heterodoxo. Venimos buscando el aplomo de Heterodoxo.
—¡Crisoles y atanores! ¿Heterodoxo ha perdido su aplomo? Esto seguro que es motivo de una y más historias. ¿Qué extraño humor habrá afectado a mi viejo amigo para haber perdido su célebre aplomo? Pasad, señores, debeis estar cansados. Además, ya tengo visita, y estamos discutiendo acerca de la naturaleza de las materias plateadas.
>>Algo grave se debe cocer cuando Kindlist anda solo sin su amo. ¡Salamandras, que pestazo!

Los tres viajeros avanzaron y el alquimista les indicó que pasaran al salón. Allí había una mesa con un brasero y dos sillitas reclinables, en una de las cuales descansaba un hombre de pequeña estatura y negro cabello, que se mesaba la barba en absorto estado. Miraba hacia una especie de materia plateada que flotaba arremolinada sobre la mesa. En las paredes colgaban diplomas enmarcados donde constaban los títulos y méritos alquímicos de Claudio Honrado XVIII.

Una vez en el salón, Claudio les tendió unos cómodos cojines en torno al brasero, y allí se sentaron.
—¡Bien! Os presento a Zacarías Excéntrico III, antiguo compañero de universidad, tanto mio como de Heterodoxo, en nuestra promoción se han formado ilustres alquimistas como no se han visto en centurias. Zacarías, os presento a Crarglac la rana, Angoise el miedoso y supongo que a Kindlist ya lo conocerás.

Zacarías asintió sin dejar de mesarse la barba.
—Como os decía —prosiguió Claudio—, Zacarías está aquí motivado por sus alquímicas inquietudes. Destilando ácido cresílico en su atanor descubrió cierto componente que en determinada cantidad producía un nuevo e insólito fluido que él denomina humor rosa. Ha venido para comunicarme sus avances cuando apareció esta materia plateada y empezamos a discutir si sería producto de las emanaciones de mi atanor...
—¡Es un espíritu nigrédico! Seguro que es el resultado del error de algún alquimista insensato que no supo alcanzar los estados convenientes —protestó Zacarías.
—Bueno, ya lo discutiremos más adelante, ahora me interesa más bien los motivos que traen aquí tan extraña visita.
>>Y si no os resulta en inconveniente y molestia alguna, contadme, ¿qué aventuras os han traido a buscar el aplomo de Heterodoxo aquí?