martes, 7 de octubre de 2008

De cómo y por qué salió Heterodoxo



Heterodoxo estaba preparando un compuesto corrosivo para lavar a su homúnculo, cuando se dio cuenta de que faltaba algo. Estaba pensando en agarrar la sosa caustica con las tenazas de carne, unas tenazas que se agarraban a los materiales en cuanto tomaban contacto. A causa de esto era una piel muy maltratada, lacerada y con múltiples llagas debido al contacto con fuego, sosas y demás materiales no recomendables al tacto.

Sin embargo, alargó la mano distraidamente para cogerlas y...
—¡Ops! —su callosa mano no encontró las tenazas y gritó a su pequeño sirviente— ¡Kindlist! ¡Las tenazas!

El homúnculo negó vergonzosamente con la cabeza. Heterodoxo sabía lo que eso quería decir: pero era imposible, si Kindlist no sabía dónde estaba, ¡eso quería decir que no estaba! El alquimista resopló impacientemente, no le gustaban los contratiempos, así que empezó a pensar en los componentes de las tenazas, porque sin ellas no podía seguir trabajando, la sosa caústica y otros componentes quemarían su ya de por si maltratadas manos; peor aún, no podría lavar a su homúnculo, y se sabe que los homúnculos desprenden hedores insoportables si no se les lava al menos dos veces a la semana.

Así que... si no recordaba mal: escamas de rana, dedos de pez y tinta de caracol. Sí, esos eran los componentes de las tenazas.

—¡Kindlist! —ordenó de nuevo— ¡Escamas de rana, dedos de pez y tinta de caracol!

Pero el homúnculo volvió a negar con la cabeza. El alquimista se cogió de los mofletes y estiró, se ajustó su gorro de pico y posó luego las manos sobre su regazo. Entonces decidió que si bien su cueva era pequeña y podían faltar cosas, el mundo era muy grande y podía haber de lo que quería en cualquier lugar. Cogió el teléfono y llamó a las páginas amarillas suizas.

Preguntó por los componentes que deseaban. Lo sentían, pero ellos no tenían cosas de ese tipo, que para bromas se fuera con sus amigos.

—¡Por la lógica luliana!—exclamó Heterodoxo.

Heterodoxo no sabía qué hacer y poco a poco se dio cuenta de que la única forma de conseguir los componentes era saliendo fuera y buscándolos por si mismo. La idea le horrorizó: llevaba años, quizá siglos sin salir de la cueva, y no sabía cómo era el mundo ahora. Sólo que al otro lado de la línea telefónica, siempre había una voz.

Reflexionó mucho sobre ello: un día y una noche; con un movimiento súbito se levantó, cogió un gran libro, alguna de sus pócimas y varias herramientas; luego las metió en los grandes bolsillos de su túnica y llamó a su homúnculo.

—¡Venga, Kindlist! ¡Nos vamos de aventuras!

Y así fue como, arriesgadamente, Heterodoxo salió de su cueva.

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