lunes, 9 de febrero de 2009

Viaje al multiverso



La compañía regresó a la cabaña de Claudio Honrado XVIII. Allí Heterodoxo le dio la tuerca, y su colega alquimista lo celebró con gran regocijo. Enseguida se puso manos a la obra y fue hacia el sótano, acompañado de los huespedes.

En el sótano había un armatoste tapado con sábanas blancas, que una vez fue destapado por la arrugada mano de Claudio, descubrió una especie de aparato con varios palos diagonales al suelo y un mecanismo rotatorio, todo ello construido con aleaciones exóticas.
—¡Esta es mi máquina interdimensional! Y ahora concluiré su construcción.

Claudio entonces cogió la tuerca argentea y la atornilló en la máquina.
—¡Bien! Ahora sólo falta comprobar que funcione.
—Sin duda —comentó Heterodoxo—, debe ser emocionante inaugurar tal invento. Me ofrezco voluntario.
—Y yo —dijeron la rana y Angoise al unísono.
—¡Perfecto! ¡Maravilloso! No ha habido mayor gozo desde el nacimiento de Aristóteles. No tardaré nada en preparar el dispositivo.

Dicho esto, Claudio rebuscó entre las estanterías empolvadas, de donde extrajo un frasco de fluido verdoso; luego abrió una cápsula de la máquina interdimensional y lo vertió ahí. La máquina exhaló un gruñido vaporoso. El rubeo alquimista les indicó que se sentaran en los sillines que se hallaban a los extremos de los palos y los huespedes obedecieron.

Luego, Claudio accionó una palanca metálica de brillo fluctuante como el Mercurio, y los palos de la máquina empezaron a dar unos giros tan vertiginosos que pronto Heterodoxo, Kindlist, Angoise y Crarglac perdieron la noción del espacio y de la forma y color de todas las cosas, y el honorable anfitrión dejó de discernir lo que había dentro del círculo formado por la veloz rotación.

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